Lo aquí escrito forma parte del grueso teórico de los talleres de fotografía que imparto habitualmente.
© Guillermo Asián
En dichos talleres, la evaluación de lo “artístico” genera cierto análisis
ambivalente, en parte por la condición
misma del arte: un hecho subjetivo que en su estudio y realización requiere del
conocimiento previo, y de cierta predisposición revolucionaria hacia lo
establecido. Miguel Ángel, el genial artista manierista, ya opinaba al respecto
que “para transgredir las normas hay que conocerlas”. De ahí que el crítico
tenga que ser un personaje con una depurada cultura, o al menos ser estudioso
de la materia de la cual habla. Por tanto, la crítica es un tipo de opinión que
analiza, argumenta, explica y enjuicia los valores de lo artístico. Para
criticar es muy conveniente conocer.
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En mi labor como profesional de la fotografía me veo
obligado a evaluar la obra de alumnos y compañeros de profesión, siendo
complicado nadar en esas aguas de la búsqueda del reconocimiento y la
susceptibilidad.
© Guillermo Asián
La crítica de arte, que nació en los salones de Diderot allá
por 1750, y que alababa a Rembrandt, Poussin, etc, no es exactamente la misma
que la utilizada hoy día entre determinados galeristas, críticos afamados y, como
no, la masa seguidora. Si analizamos en profundidad el juicio valorativo de la
comunidad que tenemos a nuestro inmediato alcance (Facebook, por ejemplo),
observaremos de inmediato la muestra heterogénea de opiniones y sentencias que nos llega, la mayoría
expuestas con gran pasión pero escasamente razonadas.
Es en el Romanticismo, tiempo en el que la Ilustración echa por tierra la
relación entre el objeto y el sujeto, cuando la razón y la lógica toman el
puesto protagonista en la historia. Es curioso constatar como los medios de
comunicación actuales han dado al traste, en gran medida, con el análisis
lógico, sustituyendo el mismo por un vacuo ideario dependiente del dinero y del
reconocimiento inmediato. El hecho
artístico no es considerado por los
mass media como una expresión natural, sino
como un bien o una inversión amortizable. En este sentido, volver a hacer
efectivos los conceptos del romanticismo y el eclepticismo, harían viable una
vuelta a la naturaleza y a la toma de
conciencia del hombre y del mundo...
Baudelaire
relacionaba la poesía con el arte, dotaba a la crítica de arte de un toque subjetivo y
resaltaba la imaginación y la originalidad por encima del convencionalismo. Él,
como crítico, realizó un análisis exhaustivo de artistas y géneros,
jerarquizados en función de la obra, e imprimió en sus textos la subjetiva retórica de cada uno de ellos.
Con el arte moderno todo se ha trastocado. El estrés se presenta como un
valor invariable, y la ayuda que debería brindarnos el arte para conocer el
mundo, se torna en confusión o en algo
peor. A veces eso peor es que nos deja indiferentes, y con la sensación de que
el arte contemporáneo es impenetrable y sectario, o que está realizado por
locos chiflados y que los que están interesados son otro grupo de locos o
snobs. Aprovecho aquí para recomendar el libro de Victoria Combalía, llamado
“Comprender el arte moderno”, que es una selección de
artículos publicados desde 1972. Es un libro que analiza el arte desde su vertiente pictórica, pero a los efectos de este escrito creo que es muy recomendable porque aunque la literatura al uso resulta críptica o solo para iniciados, también se
dirige a aquellos que, aunque no se atrevan a manifestarlo, creen que
el arte moderno es obra de incompetentes o desquiciados. En el libro, Combalía no se casa con nadie y
no necesita recurrir a la mentira social. Lanza torpedos contra determinados
artistas y contra parte del arte actual, que presuntamente es iconoclasta y
crítico, pero en el fondo complaciente y amanerado. En este libro también lanza
algún pepinazo contra “esos jóvenes comisarios que organizan bienales por todo
el mundo, careciendo de cultura, y contra esas bienales que parecen parques de
atracciones revestidos con un ligero barniz cultural”. Y por supuesto que
también lanza alguna granada contra el público, al comentar que “...en la exposición
de Dieter Roth, que se presentó en el MACBA, no vi a un solo visitante
español...”

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Combalía, en entrevista realizada por Mercedes Abad, cita, refiriéndose al
arte contemporáneo en general: “En los años setenta había pocos artistas
catalogados. Ahora, sólo en Nueva York habrá unos 200.000. El problema de la
masificación es que abundan subproductos y hay mucha tomadura de pelo. Además,
entre la televisión , Internet y la publicidad, se ha diluido el mensaje, y a
menudo hay tanta creatividad en la publicidad como en ciertas obras
artísticas”. Entonces, pregunta Abad, “¿cómo se las ingenia uno para descubrir
al artista auténtico entre tanta bazofia” “Mira, el grueso de la población,
desde Atapuerca hasta ahora, no se entera de nada. Pero el artista verdadero se
adelanta a su época y ve lo que pasa en el mundo antes que los demás.
Lamentablemente, ahora muchos de los que van de artistas no ven más que el
común de los mortales”.
Combalía se despacha sin tapujos al explicar el desinterés del público
español al decir “En este país tenemos un problema grave de incultura. La gente
no lee, las hemerotecas están vacías, es un país de tarugos. En Francia o en
Alemania, la gente es mucho más culta e inquieta”.
Me viene entonces a la memoria una anécdota que leí en
Libération, en la que Jean-Pierre Bloch contaba algo sucedido en
1963. Paseaba con Johnny Halliday por Londres con los miembros de la banda y
con Mick Jagger, y al cabo de un rato se les acercó un tipo “incomprensible y
colocadísimo”. El caso es que, después de un rato, consintieron en seguir a
aquel “raro individuo”, que decía ser pintor, hasta su lugar de trabajo, y el
tipo le regaló a Halliday uno de sus “extraños lienzos donde se movían de forma
desarticulada formas humanas incomprensibles”. Dos décadas después, Bloch ve un
cartel del Grand Palais y llama por teléfono a Halliday: “¿Te acuerdas de aquel
pintor en Londres, el pelma?”. “Sí”, contestó Johnny. “¿Sabes quién era?
Francis Bacon. ¿Tienes idea de lo que vale una de sus pinturas? Unos tres
millones de dólares. ¿Dónde tienes el lienzo que te regaló?”. “Ni idea”,
contestó Halliday. “Seguro que lo he perdido o lo he tirado a la basura en
alguna mudanza”. Vaya sorpresa, Johnny...
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De ahí que las modas sean aceptadas de buen grado por las
mayorías, y rechazadas por sectores contraculturales. En el arte sucede
igual. La moda es pasajera. Las fotografías de “usar y tirar” no prevalecen, aunque se venden como churros, cayendo de las manos de pretendidos artistas con gran dominio de los medios de comunicación. Mientras tanto, muchas obras impregnadas de genio resultan evaluadas de manera inadecuada al caer en manos de los mercachifles del arte. Salvo honrosas excepciones, claro está.