sábado, 13 de febrero de 2016

Jeanloup Sieff

Tras haber tenido como regalo de cumpleaños una cámara de plástico Photax polaca, su afición a la fotografía le hizo empezar como fotógrafo "amateur" a los quince años, elevando poco a poco su calidad fotográfica para debutar como reportero gráfico en 1954.

    Fotos © Jeanloup Sieff

"El arte de la fotografía se basa más en la emoción que en el conocimiento" afirmaba un joven fotógrafo francés que con sólo veinte años revolucionó el mundo de la fotografía de desnudo en Europa. Este joven, Jeanloup Sieff, para quien este arte no pasaba por la experiencia bressoniana de plasmar los instantes fugaces de la vida o ser el documento imperecedero de su referente, él sólo quiere representar la materialización de determinadas emociones en algunos momentos particulares: "...existen emociones puramente formales, forjadas de luces o volúmenes; otras emotivas o sensuales, suscitadas por algunas personas y otras, en fin, puramente intelectuales. La fotografía puede expresarlas y representarlas a todas, para después crear con ellas otras emociones absolutamente nuevas".
Nacido en el seno de la cultura europea de vanguardia y con orígenes polacos, realizó estudios de literatura, periodismo y finalmente de fotografía en la escuela Vaugirard de París y la de Vevey de Suiza. Comenzó como fotógrafo independiente, hasta que en 1955 fue contratado por la revista “Elle” en calidad de reportero y posteriormente como fotógrafo de moda. Tres años más tarde se despide de la publicación francesa y entrar en la prestigiosa agencia Magnum donde realiza importantes trabajos en Grecia, Turquía y Polonia. Pero su espíritu independiente le lleva a abandonar esta firma y a trasladarse a Nueva York, ciudad en la que colabora con publicaciones como ”Glamour” o “Harpeer’s Bazaar”, todo esto sin interrumpir sus trabajos europeos para “Vogue” o “Queen”. En 1961 es galardonado con el Premio Niépce y cinco años más tarde regresa definitivamente a París, donde continúa colaborando en revistas de moda fundamentalmente.






La obra de Sieff se caracteriza por el triunfo absoluto de la belleza. Si para algunos la fotografía es simplemente un instrumento funcional para articular una significación, una reflexión sobre el mundo, y el contenido está por encima de la forma, el francés rechazó el modelo del operador siempre errante por el mundo, siempre dentro de los sucesos de la historia, siempre en busca de imágenes sensacionales, para él una imagen está condenada a ser bella para ser eficaz, independientemente del tema retratado, la forma se hace el elemento fundamental de su trabajo, esa forma a la que él considera “perfecta y fin en sí misma”: la belleza, en la más amplia acepción del término, es subversiva y tiene el poder de conmover a quien la observa mucho más de lo que suele creerse: un tópico muy extendido pretende que una mujer bella ha de ser necesariamente tonta. En realidad, los imbéciles hacen bien en desconfiar de la belleza, porque ésta les provoca y les niega al mismo tiempo. Los conceptos de belleza y emoción se abrazan en la obra de Sieff; su confluencia sutil genera una imagen que tiene algo de milagroso, y si una buena toma escapa a cualquier definición es porque en ella la emoción suscitada va más allá del objeto que representa, y porque su belleza genera un significado mucho más rico de lo que parece sugerir; es de este modo como las tomas de Sieff emanan una leve música, haciendo posible el milagro de la metáfora táctil.
El exceso de cognición mata las emociones y el análisis en extremo desvirtúa la belleza. El retrato, por ejemplo, supone representar un rostro, esa parte del cuerpo más expuesta que puede convertirse en una máscara hipócrita a la que hacer expresar los sentimientos que el autor quiere y la belleza que no existe. Ésta fue la razón que le llevó a interesarse por las nalgas de las personas "...la parte más protegida, más secreta, la que conserva intacta una especie de inocencia infantil que la mirada o las manos han perdido desde hace tiempo. Desde el punto de vista plástico, es además la parte del cuerpo más conmovedora (...) es la única que se vuelve atrás, hacia el pasado, mientras que nuestra persona avanza inexorablemente hacia delante".
Uno de los procedimientos que utiliza en sus fotografías de desnudos es el uso del gran angular que pierde a sus sujetos en un gran universo ora sensual, ora onírico pero siempre emotivo, que lo distancia del espectador aunque el modelo dirija su mirada hacia él.
Estas consideraciones pueden extrapolarse del ámbito de la fotografía de moda a la de paisajes, donde también se demostró como un gran maestro y donde el núcleo central de atención está constituido por la textura del terreno, la trama diseñada por los surcos o las dunas de arena, por la perspectiva que esboza la fuga de los árboles o la iluminación potenciada por un ejemplar uso del blanco y negro. Ajenas al análisis, envueltas en un halo de sentimiento y belleza, las imágenes de Sieff permanecen inalterables al devenir temporal, como colocadas en una dimensión metafísica sin tiempo ni historia.











 Todas las fotos: © Jeanloup Sieff.  www.microbiografias.com