jueves, 16 de junio de 2011

Crítica del arte y mentira social

Lo aquí escrito forma parte del grueso teórico de los talleres de fotografía que imparto habitualmente.

                             © Guillermo Asián

En dichos talleres, la evaluación de lo “artístico” genera cierto análisis ambivalente, en parte por  la condición misma del arte: un hecho subjetivo que en su estudio y realización requiere del conocimiento previo, y de cierta predisposición revolucionaria hacia lo establecido. Miguel Ángel, el genial artista manierista, ya opinaba al respecto que “para transgredir las normas hay que conocerlas”. De ahí que el crítico tenga que ser un personaje con una depurada cultura, o al menos ser estudioso de la materia de la cual habla. Por tanto, la crítica es un tipo de opinión que analiza, argumenta, explica y enjuicia los valores de lo artístico. Para criticar es muy conveniente conocer.


                             © Guillermo Asián


En mi labor como profesional de la fotografía me veo obligado a evaluar la obra de alumnos y compañeros de profesión, siendo complicado nadar en esas aguas de la búsqueda del reconocimiento y la susceptibilidad. 

                               © Guillermo Asián

La crítica de arte, que nació en los salones de Diderot allá por 1750, y que alababa a Rembrandt, Poussin, etc, no es exactamente la misma que la utilizada hoy día entre determinados galeristas, críticos afamados y, como no, la masa seguidora. Si analizamos en profundidad el juicio valorativo de la comunidad que tenemos a nuestro inmediato alcance (Facebook, por ejemplo), observaremos de inmediato la muestra heterogénea de opiniones y  sentencias que nos llega, la mayoría expuestas con gran pasión pero escasamente razonadas.

Es en el Romanticismo, tiempo en el que la Ilustración echa por tierra la relación entre el objeto y el sujeto, cuando la razón y la lógica toman el puesto protagonista en la historia. Es curioso constatar como los medios de comunicación actuales han dado al traste, en gran medida, con el análisis lógico, sustituyendo el mismo por un vacuo ideario dependiente del dinero y del reconocimiento inmediato.  El hecho artístico no es considerado por los mass media como una expresión natural, sino como un bien o una inversión amortizable. En este sentido, volver a hacer efectivos los conceptos del romanticismo y el eclepticismo, harían viable una vuelta a  la naturaleza y a la toma de conciencia del hombre y del mundo...
Baudelaire relacionaba la poesía con el arte, dotaba a  la crítica de arte de un toque subjetivo y resaltaba la imaginación y la originalidad por encima del convencionalismo. Él, como crítico, realizó un análisis exhaustivo de artistas y géneros, jerarquizados en función de la obra, e imprimió en sus textos la subjetiva  retórica de cada uno de ellos.

Con el arte moderno todo se ha trastocado. El estrés se presenta como un valor invariable, y la ayuda que debería brindarnos el arte para conocer el mundo, se torna  en confusión o en algo peor. A veces eso peor es que nos deja indiferentes, y con la sensación de que el arte contemporáneo es impenetrable y sectario, o que está realizado por locos chiflados y que los que están interesados son otro grupo de locos o snobs. Aprovecho aquí para recomendar el libro de Victoria Combalía, llamado “Comprender el arte moderno”, que es una selección de artículos publicados desde 1972. Es un libro que analiza el arte desde su vertiente pictórica, pero a los efectos de este escrito creo que es muy recomendable porque aunque la literatura al uso resulta críptica o solo para iniciados, también se dirige a aquellos que, aunque no se atrevan a manifestarlo, creen que el arte moderno es obra de incompetentes o desquiciados. En el libro, Combalía no se casa con nadie y no necesita recurrir a la mentira social. Lanza torpedos contra determinados artistas y contra parte del arte actual, que presuntamente es iconoclasta y crítico, pero en el fondo complaciente y amanerado. En este libro también lanza algún pepinazo contra “esos jóvenes comisarios que organizan bienales por todo el mundo, careciendo de cultura, y contra esas bienales que parecen parques de atracciones revestidos con un ligero barniz cultural”. Y por supuesto que también lanza alguna granada contra el público, al comentar que “...en la exposición de Dieter Roth, que se presentó en el MACBA, no vi a un solo visitante español...”

                                   © Guillermo Asián

Combalía, en entrevista realizada por Mercedes Abad, cita, refiriéndose al arte contemporáneo en general: “En los años setenta había pocos artistas catalogados. Ahora, sólo en Nueva York habrá unos 200.000. El problema de la masificación es que abundan subproductos y hay mucha tomadura de pelo. Además, entre la televisión , Internet y la publicidad, se ha diluido el mensaje, y a menudo hay tanta creatividad en la publicidad como en ciertas obras artísticas”. Entonces, pregunta Abad, “¿cómo se las ingenia uno para descubrir al artista auténtico entre tanta bazofia” “Mira, el grueso de la población, desde Atapuerca hasta ahora, no se entera de nada. Pero el artista verdadero se adelanta a su época y ve lo que pasa en el mundo antes que los demás. Lamentablemente, ahora muchos de los que van de artistas no ven más que el común de los mortales”.
Combalía se despacha sin tapujos al explicar el desinterés del público español al decir “En este país tenemos un problema grave de incultura. La gente no lee, las hemerotecas están vacías, es un país de tarugos. En Francia o en Alemania, la gente es mucho más culta e inquieta”.

Me viene entonces a la memoria una anécdota que leí en Libération, en la que Jean-Pierre Bloch contaba algo sucedido en 1963. Paseaba con Johnny Halliday por Londres con los miembros de la banda y con Mick Jagger, y al cabo de un rato se les acercó un tipo “incomprensible y colocadísimo”. El caso es que, después de un rato, consintieron en seguir a aquel “raro individuo”, que decía ser pintor, hasta su lugar de trabajo, y el tipo le regaló a Halliday uno de sus “extraños lienzos donde se movían de forma desarticulada formas humanas incomprensibles”. Dos décadas después, Bloch ve un cartel del Grand Palais y llama por teléfono a Halliday: “¿Te acuerdas de aquel pintor en Londres, el pelma?”. “Sí”, contestó Johnny. “¿Sabes quién era? Francis Bacon. ¿Tienes idea de lo que vale una de sus pinturas? Unos tres millones de dólares. ¿Dónde tienes el lienzo que te regaló?”. “Ni idea”, contestó Halliday. “Seguro que lo he perdido o lo he tirado a la basura en alguna mudanza”. Vaya sorpresa, Johnny...

                                 © Guillermo Asián

De ahí que las modas sean aceptadas de buen grado por las mayorías, y rechazadas por sectores contraculturales. En el arte sucede igual. La moda es pasajera. Las fotografías de “usar y tirar” no prevalecen, aunque se venden como churros, cayendo de las manos de pretendidos artistas con gran dominio de los medios de comunicación. Mientras tanto, muchas obras impregnadas de genio resultan evaluadas de manera inadecuada al caer en manos de los mercachifles del arte. Salvo honrosas excepciones, claro está.



5 comentarios:

  1. Gracias por todo el artículo, lástima que estés tan lejos para los talleres.

    Saludos

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  2. Gracias a ti, José Luis, por tu comentario. Saludos

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  3. Muy interesante Guillermo! Gracias

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  4. Guillermo, ver algunas de tus obras, es un deleite, leerte un impacto que desnuda de todo convencionalismo. Cuanto me gustaría escucharte de viva voz.

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