© Guillermo Asián 
 
La carretera estaba llena de nieve y me costó llegar hasta el hotel. En 
el asfalto agonizaba un camión de seis ejes con las ruedas mirando al 
cielo, y una tela dorada escondía de las miradas morbosas la cara del 
desastre. Estoy trabajando unos días en la costa, el frío no ha podido 
detenerme.
Estar alojado en el Maruba es lo de siempre: humedad en 
las paredes y la fija mirada de una araña tranquila, agazapada en el 
rincón más oscuro de un techo plagado de historias de cama.
Cierro 
los ojos y siento vibrar en mi cara el movimiento natural del trasero de Taluna. No puedo olvidar su piel caribeña ni su descaro al dedicarme miradas desafiantes. La 
echo de menos.
Comienza a anochecer entre nubes, creo que pasearé un 
rato. En realidad la habitación no está mal para un tipo como yo, pero 
el moho de la pared invita a la reflexión y no puedo permitirme meditar 
demasiado. Es mejor no pensar o terminaré subiendo a un edificio con un rifle de mira 
telescópica. Lo sentiría después, siempre me arrepiento de mis salidas 
de tono. Debería sensibilizarme más y retomar mi carácter 
contracultural. ¡Bah!, nadie me pagará por eso. Es más, la envidia latente
 me tacharía de snob y tendría que volver a la violencia de mis veinte. 
Ya no tengo edad para eso.
Prefiero correr detrás de culos 
puntiagudos y ser un redomado cabrón, pero pasar desapercibido. Todo eso
 es muy contradictorio, tendré que anotarlo y pensar sobre ello.
.
Al final de la playa hay un hombre pequeño 
vestido de gris, oteando la línea oculta donde mar y cielo se unen. 
Avanzo hacia él sin dejarme ver y tomo asiento en unas sillas de plástico 
abandonadas a su suerte. No me apetece oler la fritura ácida que 
desprende el restaurante barato de mi alojamiento. Aquí afuera el aire 
se deja respirar. Lleno mis pulmones poco a poco, adsorbiendo un par de 
olas y una nube. Por un momento creo ser feliz. En invierno se respira 
la calma, sólo quedan algunos vestigios del tórrido verano: frascos de 
crema solar y condones repletos de esperma seco. Cuánta vida 
desperdiciada por el placer vacuo de unos instantes dedicados a la lujuria, diría monseñor Sarcasmo. No me extraña que 
algunos radicales intentaran darle pasaporte.
¡Coño, una botella rota de White Label! Levante es único. El hombre 
se acerca hasta el borde del agua. Mira con tristeza el suelo y se 
tambalea levemente. Parece borracho. Observo con detenimiento y descubro
 que sostiene algo en su mano derecha. Me inquieta esta historia, es 
posible que esté pensando en descerrajarse en la sien un cargador y ser pasto de 
gaviotas carroñeras. No me gustan los dramas, y menos si soy testigo 
directo. El tipo se mete en el agua hasta las rodillas y se queda ahí, 
parado, con la cabeza gacha. Creo que llamaré con mi teléfono a la 
policía, pero seguro que no habrá cobertura. ¿Lo ves? No hay 
cobertura.
El hombrecillo ha tirado el objeto lejos de sí en un 
lanzamiento brusco que lo ha desestabilizado y le ha hecho caer. Parecía
 un revolver, estoy casi seguro... Aunque, ¡quién coño ve algo claro con
 esta luz! Se levanta empapado y se tambalea de lado a lado, hasta 
inmovilizarse de pie como un poste. Me acerco despacio tras él y le 
vigilo, aunque no sé qué hacer. La idea de mojarme arrastrando al tipo 
fuera del agua no me seduce. Creo que está llorando. Y ahora me apetece 
mear. Le oigo mejor, desconsolado. Miro a los lados y no veo a nadie, 
está anocheciendo y empieza a hacer mucho frío. Vaya situación, si lo sé
 no salgo de la habitación. Seguro que la araña tenía mejores planes. Al
 fin y al cabo, quién soy yo para cambiar el destino de nadie.
-Eh, amigo, ¿necesita ayuda?.-
Me parece mentira haber soltado una frase tan gilipollas. El tipo se desploma en el agua. Mierda, al final tendré que empaparme.
-¡Eh, oiga!-. ¿Qué cojones hago?
Avanzo hacia el bulto que se hunde sin remisión. Siento un frío atenazante en las piernas. No me gustan los baños de mar, prefiero las piscinas, al menos tienen bares cercanos.
El
 tipo intenta resistirse, pero es una cuba flotante y me hago con él arrastrándolo 
hasta la orilla. Allí fuera lo dejo sobre la arena, vomitando. Joder, 
estoy calado hasta los huesos y creo que voy a mearme encima si no vacío
 pronto la vejiga.
- Señor, debería acudir a un médico, la hipotermia no es una buena amiga.-
Al menos el paquete de Marlboro no se ha mojado, es un alivio poder aspirar esta droga deliciosa.
Razonar
 con un borracho es de idiotas. Suerte, una patrulla de la policía local
 avanza por el paseo marítimo y les hago gestos de mono con los brazos. 
Se acercan interesados y les explico:
- Lleva un rato paseando por el agua, creo que no alberga buenas intenciones para sí mismo.-
Los
 policías agradecen mi gesto y avisan a una ambulancia. Comienza a 
llover. Hace un tiempo de perros. Colina arriba se amontonan 
apartamentos vacíos. Esta parte de la costa parece terreno bombardeado, 
plagado de pintura resquebrajada y hierro oxidado. Resultaría triste ser
 pasto de los peces en este lugar perdido. Imagino que tampoco será 
gracioso en el Amazonas.
Camino hacia el hotel para secarme y meter 
algo caliente en el cuerpo. He comprado una botella de Four Roses en el 
bar del Seven-Eleven para no sentirme solo.
Me pregunto qué 
oscura historia escondía la mente del hombrecillo gris. Es igual, creo 
que delimito mejor mis pensamientos mientras orino. No es raro perder 
las ganas de vivir cuando los días transcurren negros en este invierno 
inacabable. Echaré un trago, llamaré a Taluna y dormiré sin calor después 
de masturbarme.
Tanta lejanía no es buena. Añoro el calor de sus manos.