viernes, 1 de julio de 2011

“Cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”. Lord Byron.

                                                 © Guillermo Asián

Cada vez hay más perros y, cuanto más avanzada es una sociedad, la estadística constata que la proporción de canes por humano es mayor. Tanto es así que en algunos países hay ya menos niños que mascotas por familia. Un perro no suele rebelarse contra sus dueños cuando alcanza la adolescencia, no hace botellón ni envenena estúpidamente su organismo. Tampoco te echa en cara tu decrepitud, ni se atrinchera en casa hasta los 35 como una ameba en el intestino. El perro nunca muerde la mano que le da de comer. Lo efímero de su ciclo vital hace que algunas personas que han querido a un animal no deseen poseer otro con tal de no sufrir su pérdida.

Es verdad que no todos los perros son de fiar. Hay razas consideradas peligrosas por ser potencialmente utilizables como armas, pero incluso en estos casos quien crea casi siempre el problema es el dueño. Ahora empieza el verano y volveremos a ver a los perros que sus amos desahuciaron reventados en el asfalto o deambulando aterrorizados por las carreteras. Es la atrocidad de todos los años. El bonito regalo que llegó en Navidad con un lazo rojo y que pasado el capricho ya no encaja en las vacaciones estivales. Aquello de que "él nunca lo haría", es auténtico. Un perro jamás te abandona, ni siquiera los apaleados lo hacen. Por fatalista que resulte hay que admitir que al menos en eso suelen ser mejores que nosotros. Tienen "la grandeza de los grandes hombres y ninguno de sus defectos", decía un sentido epitafio. El que lord Byron escribió a su perro. 

Carmelo Encinas. El perro de lord Byron

 

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