En
lo que respecta a su política para con China, ¿no está la
administración Obama saltando de una sartén caliente directamente al
fuego? En un intento de darle vuelta a la página después de dos guerras
desastrosas en el Gran Oriente Medio, lo que acaba de hacer Obama se
aproxima a haber iniciado una nueva guerra fría en Asia, una vez más con
el petróleo como clave para la supremacía global.
La
nueva política señalada por el propio Presidente Obama el 17 de
noviembre en un discurso ante el Parlamento australiano apunta a una
visión geopolítica ambiciosa -y extremadamente peligrosa-. En lugar de
centrarse en el Gran Oriente Medio, como ha sido el caso en la última
década, los Estados Unidos ahora concentrarán sus poderes en Asia y el
Pacífico. “Mi orientación es clara”, declaró en Canberra. “En nuestros
planes y presupuestos para el futuro, vamos a asignar los recursos
necesarios para mantener nuestra fuerte presencia militar en esta
región” Si bien los funcionarios de la administración se esforzaron en
señalar que la nueva política no está dirigida específicamente a China,
la implicación es clara: a partir de ahora , el foco principal de la
estrategia militar estadounidense no será la lucha contra el terrorismo,
sino la contención del territorio asiático, en pleno auge económico, a
cualquier riesgo o costo.
Nuevo centro de gravedad del planeta
El nuevo énfasis en Asia y
la contención de China son necesarios, insisten los altos funcionarios
del gobierno, porque la región de Asia-Pacífico constituye, hoy por hoy,
el “centro de gravedad” de la actividad económica mundial. Mientras los
Estados Unidos se empantanaron en Irak y Afganistán, señala el
argumento, China tuvo el margen de maniobra para extender su influencia
en la región. Por primera vez desde el final de la Segunda Guerra
Mundial, Washington no es el actor económico dominante allí. Si los
Estados Unidos han de mantener su título de potencia mundial dominante,
es necesario, según este pensamiento, restablecer su primacía en la
región y hacer retroceder la influencia china. En las próximas décadas,
no habrá tarea de política exterior, según dicen, más importante que
esta.
En línea con su nueva
estrategia, la administración ha implementado una serie de acciones para
fortalecer el poderío norteamericano en Asia, y así poner a China a la
defensiva. Estas acciones incluyen la decisión de movilizar una fuerza
de 250 infantes de marina estadounidenses –a incrementarse a 2.500 en el
futuro– a una base aérea australiana en Darwin, en la costa norte de
ese país; y la adopción, el 18 de noviembre, de la “Declaración de
Manila”, que no es más que un compromiso de estrechar los lazos
militares entre los EE.UU. y las Filipinas.
Al mismo tiempo, la Casa
Blanca anunció la venta de 24 aviones de combate F-16 a Indonesia y una
visita de Hillary Clinton a la aislada Birmania, un viejo aliado de
China, la primera visita de un secretario de Estado estadounidense en 56
años. Clinton también habló de un mayor acercamiento diplomático y
militar con Singapur, Tailandia y Vietnam, todos ellos países vecinos de
China o en rutas de comercio clave para la importación de materias
primas y la exportación de productos manufacturados.
Tal como lo representan los
funcionarios del poder ejecutivo estadounidense, estas acciones están
destinadas a maximizar las ventajas de los Estados Unidos en los ámbitos
diplomático y militar en un momento en que China domina el ámbito
económico regional. En un reciente artículo en la revista Foreign
Policy, Clinton sugirió que tras años de debilitamiento económico, los
Estados Unidos ya no pueden esperar prevalecer en múltiples regiones de
forma simultánea sino que deben elegir cuidadosamente sus campos de
batalla y desplegar con cautela sus limitados recursos –la mayoría de
ellos de carácter militar– para obtener el máximo provecho. Dada la
centralidad estratégica de Asia para el poderío global, esto significa
concentrar allí los recursos.
“Durante los últimos 10
años”, escribió Clinton, “hemos dado ingentes cantidades de recursos a
[Irak y Afganistán]. En los próximos 10 años, debemos ser inteligentes
acerca de dónde invertimos nuestro tiempo y energía, de forma que
logremos la mejor posición posible para mantener nuestro liderazgo [y]
proteger nuestros intereses… Una de las tareas más importantes de la
política extranjera de los Estados Unidos en los próximos diez años será
el asegurar una mayor inversión –diplomática, económica, estratégica y
demás– en la región Asia-Pacífico”.
Esa forma de pensar, con un
enfoque claramente militar, parece peligrosamente provocativa. Los pasos
anunciados implican una creciente presencia militar en las aguas
fronterizas con China y un importante acercamiento en las relaciones
militares con los vecinos de ese país, movimientos que ciertamente
elevarán los niveles de alerta de Beijing y endurecerán el puño del
círculo de gobierno (sobre todo en la cúpula militar china), que
favorecen una respuesta más activa, militarmente hablando, a las
incursiones estadounidenses. Cualquier forma que esto tome, una cosa es
cierta: los directivos del número dos del mundo en poder económico no
permitirán que se les vea débil e indecisos ante una concentración de
fuerza militar estadounidense en su periferia. Esto, a su vez, significa
que podríamos estar sembrando las semillas de una nueva guerra fría en
Asia en 2011.
.El
incremento de la presencia militar de estadounidense y la posible
respuesta china ya han sido objeto de debate en la prensa americana y
asiática. Pero existe una dimensión crucial de esta incipiente lucha que
no ha recibido ninguna atención: la medida en la cual las recientes
acciones en Washington son el resultado de un nuevo análisis de la
ecuación energética global, que revela (según lo entiende la
administración Obama) una mayor vulnerabilidad de la parte china y
nuevas ventajas para Washington.
La nueva ecuación de la energía
Durante décadas, los Estados
Unidos han sido muy dependientes de las importaciones de petróleo, en
gran medida desde Oriente Medio y África, mientras que China era en gran
parte autosuficiente. En 2001, Estados Unidos consumió 19,6 millones de
barriles de petróleo por día, mientras que sólo produjo 9 millones de
barriles por día. La dependencia de proveedores extranjeros para el
déficit de esos 10,6 millones de barriles por día es una fuente de
constante preocupación para los políticos de Washington. Y la respuesta
tradicional ha sido crear los lazos militares más fuertes con los
productores de petróleo del Medio Oriente y recurrir a la guerra de vez
en cuando para garantizar el suministro.
Por otro lado, en 2001,
China consumió solamente cinco millones de barriles por día y con una
producción nacional de 3,3 millones de barriles, sólo tuvo que importar
1,7 millones de barriles. Esas cifras frías y duras hacían que su
liderazgo se preocupara menos por la fiabilidad de sus principales
proveedores extranjeros y, por lo tanto, no tenía necesidad de imitar
los tejes y manejes en política exterior en los que Washington siempre
está involucrado.
Ahora, el gobierno de Obama
ha concluido que la situación está empezando a voltearse. Como resultado
de la pujante economía de la China y el surgimiento de una importante y
creciente clase media (que ya ha empezado a comprar sus primeros
coches), el consumo de petróleo del país se está disparando: según las
últimas proyecciones del Departamento de Energía de los Estados Unidos,
pasará de 7,8 millones de barriles por día en 2008, a 13,6 millones de
barriles en 2020, y a 16,9 millones en el 2035. Por otro lado, se espera
que la producción nacional de petróleo crezca de 4,0 millones de
barriles diarios en 2008 a 5,3 millones en 2035. No es de extrañar,
entonces, que las importaciones chinas tengan que crecer de 3,8 millones
de barriles por día en 2008 a un proyectado 11,6 millones en 2035,
momento en que superará a las de los Estados Unidos.
Entretanto, los Estados
Unidos podrían mejorar su situación energética. Gracias al aumento de la
producción en “áreas de difícil extracción” (o tough-oil areas en
inglés) en los Estados Unidos, incluyendo los mares del Ártico en
Alaska, las aguas profundas del Golfo de México, y formaciones de
esquisto, en Montana, Dakota del Norte y Texas, se espera que disminuyan
las importaciones futuras, a pesar del aumento en el consumo de
energía. Además, es probable que la producción en el hemisferio
occidental aumente para reemplazar a las fuentes de Oriente Medio o
África. Una vez más, esto será posible gracias a la explotación de áreas
de petróleo de difícil extracción, incluyendo las arenas de alquitrán
de Athabasca en Canadá, los campos de petróleo en las profundidades del
Atlántico brasileño, y regiones ricas en petróleo de una Colombia
pacificada. De acuerdo con el Departamento de Energía, la producción
combinada de los Estados Unidos, Canadá y Brasil aumentaría en 10,6
millones de barriles por día entre 2009 y 2035, un salto enorme,
considerando que la mayoría del mundo espera presenciar un descenso de
la producción.
¿A quien pertenecen estas rutas marítimas?
Desde una perspectiva
geopolítica, todo esto parece conferir una ventaja real sobre los
Estados Unidos, aún cuando China se convierte cada vez más vulnerable a
los caprichos de los acontecimientos en, o a lo largo de, las rutas
marítimas a tierras lejanas. Significa que Washington será capaz de
contemplar una relajación gradual de sus lazos militares y políticos con
los estados petroleros de Oriente Medio que han dominado la política
exterior durante tanto tiempo y ha conducido a esas guerras tan
devastadoras y costosas.
De hecho, tal como dijo en
Canberra el presidente Obama, los EE.UU. están ahora en condiciones de
comenzar a reorientar sus capacidades militares. “Después de una década
en la que luchamos dos guerras que nos costaron muy caro”, declaró, “los
Estados Unidos estamos ahora mirando al vasto potencial de la región
Asia-Pacífico”.
Para China, todo esto
significa un posible deterioro de su posición estratégica. Si bien en el
futuro una parte importante del petróleo importado por China viajará
por tierra a través de oleoductos desde Kazajstán y Rusia, la mayor
parte seguirá llegando en buques tanque desde el Oriente Medio, África y
América Latina, por rutas marítimas vigiladas por la Marina de los
Estados Unidos. De hecho, casi todos los buques petroleros que van a
China viajan a través del Mar del Sur de China, un cuerpo de agua que la
Administración Obama ahora busca poner bajo control naval efectivo.
Al asegurar el dominio naval
del Mar del Sur de China y aguas adyacentes, el gobierno de Obama
pretende adquirir el equivalente del siglo XXI al chantaje nuclear del
siglo XX. Si nos empujan demasiado, por implicaciones de la política,
nos veremos obligados a poner de rodillas a su economía, mediante el
bloqueo de sus vías de suministro de energía. Por supuesto, nunca dirán
nada de esto en público, pero es inconcebible que los funcionarios de la
administración no estén pensando en estos términos, y hay evidencia de
que los chinos están seriamente preocupados por este riesgo como lo
indica, por ejemplo, sus frenéticos esfuerzos para construir gasoductos
tremendamente caros a través de toda Asia hasta la cuenca del Mar
Caspio.
A medida que se aclaran los
nuevos planes estratégicos de Obama, no puede haber ninguna duda de que
el liderazgo chino tomará medidas para garantizar la seguridad de las
líneas de suministro de energía. Algunas de estas acciones, sin duda,
serán económicas y diplomáticas, incluyendo, por ejemplo, esfuerzos para
cortejar a actores regionales, como Vietnam e Indonesia, así como a los
principales proveedores de petróleo como Angola, Nigeria y Arabia
Saudita. Pero no nos equivoquemos: otras serán de carácter militar y es
inevitable una acumulación significativa de fuerzas de la marina de
guerra china –aunque todavía pequeña y atrasada en comparación con la
flota de los Estados Unidos y sus principales aliados–. Del mismo modo,
podemos estar seguros de que China estrechará sus lazos militares con
Rusia y con los estados miembros de la Organización de Cooperación de
Asia Central de Shangai (Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y
Uzbekistán).
Además, Washington podría
estar ahora provocando el comienzo de una verdadera carrera armamentista
en Asia, al estilo de la de la guerra fría, que ninguno de los dos
países puede costear en el largo plazo. Todo esto es probable que
conduzca a una mayor tensión y riesgo de una escalada involuntaria que
derive en incidentes futuros y que involucre buques de los Estados
Unidos, de China y aliados -como el que ocurrió en marzo de 2009 cuando
una flotilla de buques de guerra chinos rodearon a un barco de
vigilancia anti-submarinos estadounidense, el Impeccable, y que casi
ocasiona un intercambio de fuego. A medida que más buques de guerra
circulan de forma cada vez más provocadora a través de estas aguas,
crece el riesgo de que se produzca este tipo de incidentes.
Pero los riesgos potenciales
y los costos de esta política primordialmente militar hacia la China no
se restringen a Asia. En su intento de promover una mayor
autosuficiencia estadounidense en la producción de energía, la
administración Obama puso su sello de aprobación a varias técnicas de
producción –perforación en el Ártico, perforación profunda en alta mar,
la fractura hidráulica- que está garantizado que causarán más
catástrofes ambientales al estilo del Deepwater Horizon. Una mayor
dependencia de las arenas alquitranadas canadienses, la fuente de
energía más “sucia”, se traducirá en mayores emisiones de gases de
efecto invernadero y una multitud de otros peligros ambientales,
mientras que la producción de petróleo profundo del Atlántico frente a
las costas de Brasil y otras partes, tiene su propio conjunto sombrío de
peligros.
Todo esto asegura que,
ambiental, militar y económicamente, nos encontraremos en un mundo más, y
no menos, peligroso. Es entendible el deseo del gobierno estadounidense
de alejarse de las desastrosas guerras terrestres en el Gran Medio
Oriente para tratar cuestiones clave en Asia, pero elegir una estrategia
que pone tan fuerte énfasis en el dominio y la provocación militar solo
puede provocar una respuesta del mismo tipo. Difícilmente se puede
considerar un camino prudente, y mucho menos que promueva los intereses
de los Estados Unidos en el largo plazo, en un momento en que la
cooperación económica mundial es crucial. Y sacrificar el medio ambiente
para lograr una mayor independencia energética no tiene ningún sentido.
Una nueva guerra fría en
Asia y una política energética hemisférica que podría poner en peligro
el planeta: es esta una mezcla fatal que se debe reconsiderar antes de
que ocurra la confrontación y nos deslicemos hacia un desastre ambiental
irreversible. No hay que ser adivino para saber que esta no es la
definición de lo que significa ser un buen estadista sino la de una
“marcha hacia la locura”.
Michael T. Klare es profesor
de estudios sobre paz y seguridad mundial en Hampshire College, un
colaborador regular de TomDispatch, y el autor, más recientemente, de
Rising Powers, Shrinking Planet. Una versión de la película documental
del libro Blood and Oil, está disponible en la Media Education
Foundation.
Traducción: Antonio Zighelboim
Fuente:http://www.sinpermiso.info/#