lunes, 1 de abril de 2013

Bajo la sombra de tela...

                              © Guillermo Asián



Entro de noche a mi ciudad, yo bajo a mi ciudad

donde me esperan o me duelen, donde tengo que huir

de alguna abominable cita, de lo que ya no tiene nombre,

una cita con dedos, con pedazos de carne en un armario,

con una ducha que no encuentro, en mi ciudad hay duchas,

hay un canal que corta por el medio mi ciudad

y navío enormes sin mástiles pasan en un silencio intolerable

hacia un destino que conozco pero que olvido al regresar,

hacia un destino que niega mi ciudad

donde nadie se embarca, donde se está para quedarse

aunque los barcos pasen y desde el liso puente alguno esté mirando mi ciudad.



Entro sin saber cómo en mi ciudad, a veces otras noches

salgo a calles o casas y sé que no es mi ciudad,

mi ciudad la conozco por una expectativa agazapada,

algo que no es el miedo todavía pero tiene su forma y su perro y cuando es mi ciudad

sé que primero habrá el mercado con portales y con tiendas de frutas,

los rieles relucientes de un tranvía que se pierde hacia un rumbo

donde fui joven pero no en mi ciudad, un barrio como el Once en Buenos Aires, un olor a colegio, paredones tranquilos y un blanco cenotafio, la calle Veinticuatro de Noviembre

quizás, donde no hay cenotafios pero está en mi ciudad cuando es su noche.



Entro por el mercado que condensa el relente de un presagio

indiferente todavía, amenaza benévola, allí me miran las fruteras

y me emplazan, plantan en mí el deseo, llegar adonde es necesario y podredumbre,

lo podrido es la llave secreta en mi ciudad, una fecal industria de jazmines de cera,

la calle que serpea, que me lleva al encuentro con eso que no sé,

las caras de las pescaderas, sus ojos que no miran y es el emplazamiento,

y entonces el hotel, el de esta noche porque mañana o algún día será otro,

mi ciudad es hoteles infinitos y siempre el mismo hotel,

verandas tropicales de cañas y persianas y vagos mosquiteros y un olor a canela y azafrán,

habitaciones que se siguen con sus empapelados claros, sus sillones de mimbre

y los ventiladores en un cielo rosa, con puertas que no dan nada,

que dan a otras habitaciones donde hay ventiladores y más puertas,

eslabones secretos de la cita, y hay que entrar y seguir por el hotel desierto

y a veces es un ascensor, en mi ciudad hay tantos ascensores, hay casi siempre un ascensor

donde el miedo ya empieza a coagularse, pero otras veces estará vacío,

cuando es peor están vacíos y yo debo viajar interminablemente

hasta que cesa de subir y se desliza horizontal, en mi ciudad

los ascensores como cajas de vidrio que avanzan en zig-zag

cruzan puentes cubiertos entre dos edificios y abajo se abre la ciudad y crece el vértigo

porque entraré otra vez en el hotel o en las deshabitadas galerías de algo

que ya no es el hotel, la mansión infinita a la que llevan

todos los ascensores y las puertas, todas las galerías,

y hay que salir del ascensor y buscar una ducha o un retrete

porque sí, sinrazones, porque la cita es una ducha o un retrete y no es la cita,

buscar la dicha en calzoncillos, con un jabón y un peine

pero siempre sin toalla, hay que encontrar la toalla y el retrete,

mi ciudad es retretes incontables, sucios, con portezuelas de mirillas

sin cerrojos, apestando a amoníaco, y las duchas

están en una misma enorme cuadra con el piso mugriento

y una circulación de gentes que no tienen figura pero que están ahí

en las duchas, llenando los retretes donde también están as duchas,

donde debo bañarme pero no hay toallas y no hay

donde posar el peine y el jabón, donde dejar la ropa, porque a veces

estoy vestido en mi ciudad y después de la ducha iré a la cita,

andaré por la calle de las altas aceras, una calle que existe en mi ciudad

y que sale hacia el campo, me aleja del canal y los tranvías

y por sus torpes aceras de ladrillos gastados y sus setos,

sus encuentros hostiles, sus caballos fantasmas y su olor de desgracia.



Entonces andaré por mi ciudad y entraré en el hotel

y del hotel saldré a la zona de los retretes rezumantes de orín y de excremento,

o contigo estaré, amor mío, porque contigo yo he bajado alguna vez a mi ciudad

y en un tranvía espeso de ajenos pasajeros sin figura he comprendido

que la abominación se aproximaba, que iba a ocurrir el Perro, y he querido

tenerte contra mí, guardarte del espanto,

pero nos separan tantos cuerpos, y cuando te obligaban a bajar entre un confuso movimiento

no he podido seguirte, he luchado con la goma insidiosa de solapas y caras,

con una guarda impasible y la velocidad y campanillas,

hasta arrancarme en una esquina y saltar y estar solo en una plaza del crepúsculo

y saber que gritabas y gritabas perdida en mi ciudad, tan cerca e inhallable,

pero siempre perdida en mi ciudad, y eso era el Perro era la cita,

inapelablemente era la cita, separados por siempre en mi ciudad donde

no habría hoteles para ti ni ascensores ni duchas, un horror de estar sola


mientras alguien se acercaría sin hablar para apoyarte un dedo pálido en la boca.



O la variante, estar mirando mi ciudad desde la borda

del navío sin mástiles que atraviesa el canal, un silencio de arañas

y un suspendido deslizarse hacia ese rumbo que no alcanzaremos

porque en algún momento ya no hay barco, todo es andén y equivocados trenes,

las perdidas maletas, las innúmeras vías

y los trenes inmóviles que bruscamente se desplazan y ya no es andén,

hay que cruzar para encontrar el tren y las maletas se han perdido

y nadie sabe nada, todo es olor a brea y a uniformes de guardas impasibles

hasta trepar a ese vagón que va a salir, y recorrer un tren que no termina nunca

donde la gente apelmazada duerme en las habitaciones de fatigados muebles,

con cortinas oscuras y una respiración de polvo y de cerveza,

y habrá que andar hasta el final del tren porque en alguna parte hay que encontrarse,

sin que se sepa quién, la cita era con alguien que no se sabe y se ha perdido las maletas

y tú, de tiempo en tiempo, estás también en la estación pero tu tren

es otro tren, tu Perro es otro Perro, no nos encontraremos, amor mío,

te perderé otra vez en el tranvía o en el tren, en calzoncillos correré

por entre gentes apiñadas y durmiendo en los compartimientos donde una luz violeta

ciega los polvorientos paños, las cortinas que ocultan mi ciudad.

Julio Cortazar

(DE 62-MODELO PARA ARMAR)

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