En España
se cree que llegaron hacia 1415, dispersándose y viajando después por
todo el país. Las relaciones entre la población local y los gitanos
fueron en general buenas durante el siglo XV. Sin embargo, a partir de
1469, con la llegada al trono de los Reyes Católicos, la situación
cambió radicalmente, presumiblemente a causa de la búsqueda de la
homogeneidad cultural en España, lo cual era la característica propia
de la unión de las dinastías hispánicas. Las autoridades dieron a los
gitanos un plazo de dos meses para que tomaran un domicilio fijo,
adoptaran un oficio y abandonasen su forma de vestir y sus costumbres,
so pena de expulsión o esclavitud. Se buscaba la unificación de los
súbditos en toda la Península, siendo el ideal al alcanzar la
centralización del poder político, la existencia de una única religión,
una única lengua, una única cultura y, por consiguiente, una única
manera de ser. De tal manera, Las Cortes de Castilla de 1594 emitieron
un mandato tendiente a separar a los «gitanos de las gitanas, a fin de
obtener la extinción de la raza; vaticinando la política de las
prácticas de esterilización que seguirían otros monarcas europeos de la
Edad Moderna. En 1633, una pragmática negó a los gitanos el carácter de
nación y prohibió incluso el uso del término gitano en el reino
Como
hemos comentado anteriormente; al principio, la llegada de los
gitanos a la Península Ibérica, fue bien acogida. Vivían con libertad y
no sólo no eran rechazados, sino que los campesinos y aldeanos, les
miraban con simpatía y comerciaban con ellos. Sus habilidades artesanas,
su facilidad para entretener y divertir, eran apreciadas.
Y es
que la sociedad que los gitanos encuentran a su llegada era muy
distinta a la que luego se conformó con el fin de la reconquista y la
consiguiente unificación de los reinos de Castilla y Aragón. La
hegemonía del cristianismo acaba con la convivencia más o menos
armoniosa y pacífica entre diversas culturas y religiones (judíos,
árabes y cristianos) que es sustituida por el fanatismo y la represión.
En
esa situación, los gitanos aparecen entonces como gente peligrosa,
difícil de domesticar y de controlar. Su forma libre de vivir y su
apego a sus propias costumbres y tradiciones, no sólo no encajaban en
la sociedad férrea y homogénea que pretenden los Reyes Católicos (y
posteriormente sus sucesores), sino que eran mal ejemplo para unos
campesinos y aldeanos reducidos todos a la categoría de vasallos, más o
menos resignados a vivir bajo el peso de la cruz y la espada,
identificadas entre sí como una única cosa.
Ya no hay lugar para
la tolerancia, ya no se acepta a los que piensan, hablan, visten o se
comportan de forma distinta. Así, en nombre de la fe, los Reyes
Católicos (en adelante RR.CC.) y la Iglesia a través de su “policía
política”, la Inquisición, ponen en pie los que han sido hasta hace
poco los pilares ideológicos de las clases dirigentes españolas: “Un
único y absoluto poder político, una única religión, una única lengua,
una única cultura y por consiguiente una única manera de ser y
sentir”. A partir de ahí, comienza la represión política contra nuestro
pueblo que ha durado hasta hoy.
Un conjunto de leyes,
disposiciones reales y decretos que inauguran los Reyes Católicos con
una pragmática fechada en Medina del Campo en 1499, que dice: “Mandamos
a los egipcianos que andan vagando por nuestros reinos y señoríos con
sus mujeres e hijos, que del día que esta ley fuera notificada y
pregonada en nuestra corte, y en las villas, lugares y ciudades que son
cabeza de partido hasta sesenta días siguientes, cada uno de ellos
viva por oficios conocidos, que mejor supieran aprovecharse, estando
atada en lugares donde acordasen asentar o tomar vivienda de señores a
quien sirvan, y los den lo hubiese menester y no anden más juntos
vagando por nuestros reinos como lo facen, o dentro de otros sesenta
días primeros siguientes, salgan de nuestros reinos y no vuelvan a
ellos en manera alguna, so pena de que si en ellos fueren hallados o
tomados sin oficios o sin señores juntos, pasados los dichos días, que
den a cada uno cien azotes por la primera vez, y los destierren
perpetuamente destos reinos; y por la segunda vez, que les corten las
orejas, y estén sesenta días en las cadenas, y los tornen a desterrar,
como dicho es, y por la tercera vez, que sean cautivos de los que los
tomasen por toda la vida”.
Esa pragmática y todas las que le
siguieron hasta nuestros días han sido la cobertura legal de una
represión sin límite que los gitanos hemos sufrido durante más de cinco
siglos.
Hasta tal punto esto es así que, incluso, las técnicas
de esterilización que durante la Segunda Guerra Mundial los nazis
practicaron con los gitanos del Este y del Centro de Europa ya las
presagiaron las Cortes de Castilla en 1594, con una disposición legal
tendiente a separar a los “gitanos de las gitanas, a fin de obtener la
extinción de la raza”.
Para entender una causa fundamental y
decisiva en la persecución o marginación de los gitanos y de otras
minorías étnicas, es necesario echar mano de los procesos de
centralización estatal en Europa a partir del siglo XVI, fundamentados
en una homogeneización cultural, lingüística y religiosa. Los primeros
decretos de expulsión y asimilación en España coincidieron con los de
la expulsión de los judíos en 1492 y los de persecución o conversión de
los musulmanes españoles.
Las formas de represión de las
autoridades y de la sociedad han sido muy variadas, desde la simple
marginación y criminalización hasta la muerte, pasando por la
sedentarización forzosa, la deportación y el destierro, el castigo
corporal y la mutilación, la esclavitud, los trabajos forzados en
galeras, la prisión o reclusión en barrios, ghettos, llamados en España
“
gitanerías”. Para cada modalidad de persecución, las
comunidades gitanas de todo el mundo han generado y siguen generando
mecanismos y estrategias específicas de supervivencia, ocultamiento,
adaptación o huida.
- Expulsión. Prácticamente todos los estados europeos promulgaron, sin éxito, decretos de expulsión.
- Deportación.
Portugal e Inglaterra utilizaron el traslado forzoso de población
gitana hacia sus colonias americanas, lo que contrasta con la política
restrictiva de los españoles, que incluso llegaron a prohibir su
partida y a obligar el retorno de los ya emigrados.
- Esclavización.
Los gitanos fueron esclavizados en Rumanía y Hungría. La abolición de
la esclavitud gitana tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX.
- Asimilación.
La legislación anti-gitana española, por ejemplo, ha sido por épocas
asimilacionista. Carlos III en 1783 nacionaliza a los gitanos mediante
una pragmática que declara a los gitanos como ciudadanos españoles y,
por lo tanto, el deber y derecho de los niños a la escolarización a los
4 años, libres de fijar su residencia, o de emplearse, trabajar en
cualquier actividad, penalizándose a los gremios que impidan la entrada
o se opongan a la residencia de los gitanos. Pero a costa de que los
gitanos abandonen su realidad étnica, como la forma de vestir, no usar
el caló, asentarse y abandonar la vida errante. En esa misma pragmática
se ilegalizará la palabra gitano.
- Reclusión. Uno de los más negros y olvidados episodios de la historia de los gitanos españoles fue la Gran Redada o Prisión General de los gitanos
de 1749. Durante el reinado de Fernando VI, y mediante un plan urdido
en secreto y organizado por el Marqués de la Ensenada, se decidió “prender
a todos los gitanos avecindados y vagantes en estos reinos, sin
excepción de sexo, estado ni edad, sin reservar refugio alguno a que se
hayan acogido”. Fueron detenidos casi todos los gitanos españoles,
unos 9.000 (otros 3.000 ya estaban en prisión), los hombres enviados a
los arsenales de la marina y las mujeres y los niños encarcelados.
Sólo serían indultados 14 años después por el rey Carlos III, y algunos
no serán liberados definitivamente hasta 1783.
- Exterminio.
Durante la Segunda Guerra Mundial, como otras etnias o minorías,
fueron objeto de persecución y discriminación, muriendo miles de ellos
en distintos campos de concentración. El número de romaníes europeos
asesinados en lo que en lengua romaní se conoce como porraimos (“la devoración”) aún se desconoce con certeza, oscilando las cifras entre 250.000 y 600.000 personas muertas.
Pasados los años; y hemos comentado de pasada ahora mismo se produjo La Gran Redada
La Gran Redada, también conocida como
Prisión general de gitanos,
fue una persecución autorizada por el Rey de España, Fernando VI, y
organizada en secreto por el Marqués de la Ensenada, que se inició de
manera sincronizada en todo el territorio español el miércoles 30 de
julio de 1749, con el objetivo declarado de arrestar (y finalmente
«extinguir») a todos los gitanos del reino.
La organización se
llevó a cabo en secreto, y dentro del ámbito de la secretaría de
Guerra. Esta institución del Estado absolutista preparó minuciosas
instrucciones para cada ciudad, que debían ser entregadas al corregidor
por un oficial del ejército enviado al efecto. La orden era abrir esas
instrucciones en un día determinado, estando presente el corregidor y
el oficial, para lograr la simultaneidad de la operación. También se
prepararon instrucciones específicas para cada oficial, que se haría
cargo de las tropas que debían llevar a cabo el arresto. Ni el oficial
ni las tropas conocían hasta el último momento el objetivo de su
misión. Ambas órdenes iban introducidas en un sobre, al que se añadió
una copia del decreto del nuncio (antes mencionado) e instrucciones para
los obispos de cada diócesis. Esos sobres se remitieron a los
Capitanes Generales (previamente informados), que escogieron a las
tropas en función de la ciudad a la que debían dirigirse.
Las
instrucciones estipulaban que tras abrir los sobres se mantendría una
breve reunión de coordinación del ejército y las fuerzas de orden
público locales (alguaciles, etc.). Se sabe que en Carmona, por ejemplo,
se estudió la operación sobre el plano de la ciudad, cortando las
calles para evitar una posible huida. Tras los arrestos, se cruzaron los
datos de los detenidos con los del censo de la ciudad, y se interrogó a
los detenidos sobre el paradero de los ausentes, que fueron arrestados
mediante requisitoria a los pocos días.
Tras el arresto, los
gitanos deberían ser separados en dos grupos: todos los hombres mayores
de siete años en uno, y las mujeres y los menores de siete años en
otro. A continuación, y según el plan, los primeros serían enviados a
trabajos forzados en los arsenales de la Marina, y las segundas
ingresadas en cárceles o fábricas. Los arsenales elegidos fueron los de
Cartagena, La Coruña y Ferrol, y más tarde las minas de Almadén, Cádiz
y Alicante y algunas penitenciarías del norte de África. Para las
mujeres y los niños se escogieron las provincias de Málaga, Valencia y
Zaragoza. Las mujeres tejerían, y los niños trabajarían en las
fábricas, mientras los hombres trabajarían en los arsenales,
necesitados de una intensa reforma para posibilitar la modernización de
la flota española, toda vez que las galeras habían sido abolidas en
1748. La separación de las familias (con el evidente objetivo de
impedir nuevos nacimientos) fue uno de los rasgos más crueles de la
persecución.
El traslado sería inmediato, y no se detendría hasta
llegar al destino, quedando todo enfermo bajo vigilancia militar
mientras se recuperaba, para así no retrasar al grupo. La operación se
financiaría con los bienes de los detenidos, que serían inmediatamente
confiscados y subastados para pagar la manutención durante el traslado,
el alquiler de carretas y barcos para el viaje y cualquier otro
gasto que se produjera. Las instrucciones, muy puntillosas en ese
sentido, establecían que —de no bastar ese dinero— el propio Rey
correría con los gastos.
La operación supuso la detención de
9.000 a 12.000 gitanos, lo que causó problemas de ubicación, que fueron
solventados sobre la marcha. En cada lugar los hechos se desarrollaron
de manera particular. En Sevilla, uno de los lugares más densamente
poblados de gitanos de toda España (130 familias), se creó un cierto
estado de alarma cuando se ordenó cerrar las puertas de la ciudad y los
habitantes se enteraron de que el ejército rodeaba la población. La
recogida de los gitanos dio lugar a disturbios que se saldaron con al
menos tres fugitivos muertos. En otros lugares, los propios gitanos se
presentaron voluntariamente ante los corregidores, creyendo tal vez que
acudían a resolver algún asunto relacionado con su reciente
reasentamiento.
La meticulosa organización de los arrestos
contrasta con la imprevisión y el caos en que se convirtió el traslado y
el alojamiento, sobre todo en las etapas intermedias de los viajes. Se
reunió a los gitanos en castillos y alcazabas, e incluso se vaciaron y
cercaron barrios de algunas ciudades para alojar a los deportados (por
ejemplo, en Málaga). Ya en su destino, las condiciones de hacinamiento
resultaron ser especialmente terribles, pues por lo general incluían
el uso de grilletes.
Según la documentación conservada, la
actitud de los no gitanos fue variable. Desde la colaboración y la
denuncia hasta la petición de misericordia al Rey por parte de
ciudadanos «respetables» (en el caso de Sevilla), lo que es una muestra
del variado grado de integración que tenía la población gitana de
entonces.
No habrá en la historia de la humanidad un caso tal de
persecución contra un pueblo que haya durado tanto y que haya quedado
tan impune. Hemos sido, y somos aún, una especie para la que no hay
veda.
Fuente: Universidad de Alicante