Hay quien considera a Helmut Newton el mejor fotógrafo de la historia, y el escritor J.G. Ballard
le llamó “el mayor artista visual del mundo”. Frases tan contundentes
están abiertas a debate, pero lo que es indudable es que fue el
fotógrafo que mejor supo cristalizar las fantasías eróticas del siglo
XX. Su trabajo ha aparecido en publicaciones como Vogue, Elle, Paris Match, Vanity Fair, Stern, der Spiegel… Y Playboy (de forma poco sorprendente, fue amigo personal de Hugh Hefner).
Se han realizado centenares de exposiciones de sus fotos en las mejores
galerías del mundo, y en 2004 se abrió un museo en Berlín dedicado
íntegramente a su obra.
Newton
fue el gran retratista de la sofisticación erótica, el lujo, el
glamour, la ropa de marca y los tacones de aguja, no tanto por el
fetichismo en sí de los zapatos (aunque ha fotografiado maravillas de Louboutin o Manolo Blahnik)
como por la forma en que realzan el cuerpo femenino. Sus modelos
habituales fueron mujeres altas y elegantes, de cuerpo perfecto y
actitud altiva y dominante. Sus fotografías, casi siempre en elegante
blanco y negro, tienen una sensibilidad extraña e inconfundible, algo
onírica (el deseo imponiéndose a la realidad), perversa e ingeniosamente
cruel, de un humor cínico y materialista. Sus mejores imágenes son
auténticos cuadros de una composición cuidadísima y meditada: su famoso
autorretrato frente al espejo en que también aparece su esposa June es puro Velázquez hecho fotografía.
Un fotógrafo de este calibre no podía faltar en Jot Down y desde la admitida parcialidad que me da ser fan fatal de Newton, espero hacerle justicia en este artículo. Josep Lapidariohttp://www.jotdown.es
"En su cabeza solo hay chicas y fotos”
“Si viviera como la gente de mis fotos, hubiera muerto hace años”. Helmut Newton
El
recuerdo más antiguo de Helmut Newton es ver una mujer semidesnuda
mirándose en un espejo. Era su niñera, a la que recuerda cambiándose
para salir de fiesta cuando el pequeño Newton (nacido Neustaedter) tenía tres o cuatro años: su primera fotografía mental y ya incluye una mujer en ropa interior.
Si tenemos que creer
lo que Newton cuenta irónicamente de sí mismo, fue un niño llorón y
malcriado. Nació en 1920 en el seno de una familia judía berlinesa, rica
gracias a una próspera fábrica de botones. Vivió una infancia
tranquila, peleándose con su hermanastro y dejándose cuidar por una
madre sobreprotectora que le peinaba a lo paje y le vestía con ropa de
niña (casi me parece oír a los lectores freudianos frotándose las
manos).
En
un intento de masculinizar a su hijo, el padre de Newton intentó
apuntarle a varios deportes, pero lo único que funcionó fue la natación:
el pequeño Helmut se convirtió en un nadador consumado. El principal
entretenimiento que encontraba en la piscina era contemplar a las chicas
(“los cuerpos de las nadadoras siempre tienen una maravillosa redondez,
una gran belleza”): Helmut dedica unas cuantas líneas de su
autobiografía a los pezones erectos que se adivinaban a través de sus
bañadores mojados.
La
primera vez que Helmut Newton cogió una cámara fue en 1932, con doce
años, cuando compró con sus ahorros una Agfa Tengor Box. Con más ilusión
que conocimiento gastó un carrete casi entero en el metro de Berlín y
se guardó la última fotografía para lo primero que vio al volver a la
superficie: la torre Funkturm. Esa foto fue la única que salió de ese carrete, está bastante bien encuadrada (“al estilo de Moholy-Nagy”, escribe) y Helmut la tiene en suficiente estima como para incluirla en sus recopilatorios.
Su
ingenuo sueño de adolescente era ser un intrépido reportero, un
fotógrafo de guerra o un investigador privado: probablemente una mezcla
de los tres. En 1936 fue expulsado de la escuela por su pésimo
rendimiento (“en su cabeza sólo hay chicas y fotos”, repetía a menudo su
padre), y poco después entró como aprendiz en el estudio de la
fotógrafa berlinesa Yva.
Newton
recuerda a Yva con cariño y admiración. De ella aprendió a ser
minucioso y detallista en la composición de las imágenes: Yva tenía una
cuadrilla de ayudantes que preparaban según sus indicaciones todos los
detalles de la escenografía de una foto. Helmut aprendió también las
técnicas de revelado, retoque de negativos y positivado: en esa época
había que fabricar el líquido revelador mezclando sacos de productos
químicos, tarea pesada pero a la que Newton se aplicó con ganas.
Helmut
intentaba impresionar a una de las ayudantes de Yva, una joven de 21
años ex alumna de la Bauhaus por la que se sentía muy atraído
sexualmente. Esta chica llevaba siempre monóculo, que a partir de
entonces pasó a ser un complemento erótico del imaginario newtoniano.
Décadas más tarde, el Helmut adulto llevará siempre un monóculo en su
bolsa para pedirle de vez en cuando a alguna de sus modelos que se lo
ponga, quizá asaltado por la nostalgia. La famosa foto de Paloma Picasso con monóculo sería un buen ejemplo: a Newton le gustaba tanto como para querer que fuera portada de su revista Helmut Newton’s Illustrated, y si renunció a ello fue por petición expresa de Paloma, que detestaba esa imagen.
Pero
volvamos a finales de la década de los treinta en Berlín, donde se
fraguaba una tormenta de sangre mientras Newton desarrollaba sus dotes
de ligón. Las leyes raciales de Nuremberg habían perjudicado ya a la
familia Newton: el padre tuvo que renunciar a dirigir su fábrica de
botones en favor de un administrador nazi, y el joven Helmut estuvo a
punto de causar la ruina a toda su familia al coquetear con muchachas
arias. Tras la Kristallnacht de 1938 se hizo evidente que la
huida no podía aplazarse más, y la familia Newton gastó sus últimos
ahorros en el impuesto-soborno que los judíos debían pagar para salir
del país. Helmut fue embarcado en un vapor rumbo a China, con poco más
que una Rolleicord con la que esperaba ganarse la vida.
Lya moriría en Auschwitz
años después: no quiso salir de Berlín hasta que fue demasiado tarde.
La familia de Newton conseguiría huir a Sudamérica, pero Helmut no
volvería a verlos nunca más.
Newton desembarcó en Singapur la Nochebuena de 1938, contratado como fotógrafo del Singapore Straits Times.
Allí duró bien poco: cuando le enviaban a cubrir cenas y eventos de
sociedad tardaba tanto en encontrar la escena perfecta y montar su
cámara que a menudo la fiesta terminaba antes de que hubiera disparado
una sola foto. Permaneció un par de años en Singapur como mantenido (él
usa la palabra “gigoló”) de una divorciada llamada Josette, y luego siguió su camino hacia Australia.
Allí
pasó unos años tranquilos gracias a su fugaz paso por el ejército. En
1946 el Gobierno australiano le concedió la nacionalidad: aprovechando
la circunstancia y para favorecer su ambición de convertirse en un
fotógrafo famoso, se cambió el nombre de Neustaedter a Newton. Abrió un
pequeño estudio de fotografía en Melbourne, y allí conoció a una
guapísima actriz que le hizo de modelo y con la que se entendió desde el
primer día: se llamaba June Browne, y en 1948 se convertiría en June Newton.
El suyo sería un matrimonio feliz y sensato, y a pesar de sus altibajos
duró hasta la muerte de Helmut. A la larga June dejó su trabajo de
actriz y se reinventó como fotógrafa de éxito bajo el pseudónimo de Alice Springs: a quien tenga curiosidad le recomiendo no sólo curiosear sus fotografías sino también su extrañamente magnético documental Helmut by June.
Vestida/Desnuda
“El romanticismo es muy bonito… Pero no lo quiero en mis fotografías”. Helmut Newton
En 1957 Newton firmó un contrato para trabajar en el Vogue
de Londres: Helmut recuerda esa etapa como una época estéril, fracasada
y económicamente ruinosa. Dos años más tarde entró a trabajar para Jardin des Modes,
en París, y quedó totalmente fascinado por la ciudad. Durante días se
dedicó a observar a las prostitutas de la Rue Saint-Denis, en las que
reconocía “un talento innato para la moda que se reflejaba en las
elegantes ropas que se ponían para atraer clientes”: años más tarde
sacaría algunas fotos inspiradas en ellas.
En 1959, al ver estancada su carrera, volvió a Melbourne a trabajar para el Vogue
australiano. Hubiera tenido allí el futuro asegurado, pero sabía que no
era en Australia donde un fotógrafo de moda podía hacerse realmente
famoso… Así que en 1961 volvió con June a París con los bolsillos
vacíos, viviendo precariamente pero feliz. Su apuesta le salió bien:
consiguió un empleo en el Vogue parisino y empezó la etapa más
fructífera y creativa de su carrera. Su vida se convirtió en un continuo
ir y venir entre Nueva York, Milán, Berlín y París.
En
1971 sufre un ataque cardíaco en Nueva York que está a punto de
costarle la vida. En el hospital le pide a June una cámara compacta
ligera (lo único que puede sostener) y pasa su convalecencia sacando
instantáneas de médicos, pacientes y de su propio proceso curativo. A
partir de ese ataque Newton empieza a preocuparse más por su legado y a
sacar fotografías para sí mismo, no ya puramente por encargo, un proceso
que le llevaría a publicar sus propios libros de imágenes a partir del
fundacional White Women de 1976, un éxito inmediato.
A principios de los ochenta empieza a fotografiar desnudos integrales. Big Nudes
es una serie de fotografías de cuerpo entero a gran formato inspiradas
por los carteles de búsqueda y captura de la banda armada Baader-Meinhof:
es uno de los raros ejemplos de fotos de estudio de Newton y una serie
fascinante que ha sido expuesta en múltiples ocasiones. The naked and the undressed
fue otra serie de fotografías que no llegó a culminarse por su extrema
complejidad técnica, pero que ha dejado alguna de las imágenes más
famosas de su carrera: son parejas de fotografías en que las modelos
aparecen vestidas con ropa de lujo y completamente desnudas en
exactamente la misma postura. El díptico Sie Kommen representado más arriba muestra a cuatro modelos llevando (y no llevando) ropa de Karl Lagerfeld, y alcanzó el récord de precio de una fotografía en subasta al venderse el 2009 por 662.000 dólares.
En
1981 Newton y June se mudaron de París a Montecarlo, con el objetivo
declarado de pagar menos impuestos. Más o menos en ese punto detiene
Newton su autobiografía: “hablar de los éxitos propios, grandes o
pequeños, carece de interés para el lector: de lo que trata este libro
es de cómo llegar allí”. Lo cierto es que en Montecarlo comenzó su etapa
más plácida y a la vez más activa artísticamente: allí vivió durante el
resto de su vida, aunque pasó largas temporadas en Los Ángeles, en
busca tanto del clima como de su ambiente decadente (“adoro L.A., adoro
Hollywood, pero odio San Francisco: pretende ser una ciudad europea y
culta y la verdad es que a mí no me importa una mierda la cultura”).
Newton
siempre sintió una gran pasión por los coches caros: en 1946 se gastó
hasta el último dólar ganado en el ejército en un Ford V8; en 1964
dilapidó los beneficios de un largo trabajo fotográfico en un Bentley;
en 1987 sacó alguna de sus fotos más sensuales en el garaje de un
Cadillac… Es apropiado en cierta manera que muriera al volante de un
Cadillac, estampándose contra un muro (al más puro estilo Crash) del Sunset Boulevard de Los Ángeles, al salir del Chateau Marmont en que tantas fotografías realizó.
Moda, erótica y portraits mondains
“Nada ha sido retocado, nada se ha alterado digitalmente. Fotografié lo que vi”. Helmut Newton
Newton
fue uno de los últimos grandes fotógrafos analógicos y, hasta cierto
punto, artesanales. Estuvo rodeado de un equipo impresionante de
estilistas, peluqueros, maquilladores y modelos, pero para la fotografía
en sí misma sólo contaba con un ayudante, un par de buenas cámaras (su
favorita, una Hasselblad) y un flash adaptable. Trabajar en analógico
implica recurrir a alguno de los mejores positivadores del mundo, un
trabajo excéntrico del que muy poca gente es capaz. Con ellos Newton
mantuvo una relación de amor-odio-necesidad que obligó más de una vez al
altivo Helmut a tragarse algún sapo y mostrarse humilde.
Newton
planificaba cuidadosamente la escena durante dos o tres días, sacando
polaroids para visualizar el resultado, y luego gastaba apenas un par de
carretes en las fotos definitivas. Cuenta una modelo en el documental Frames from the Edge
que la sensación durante una sesión es la de una ola a punto de romper:
durante las primeras fotos va subiendo la energía, y justo antes del
clímax toma la imagen definitiva y congela ese instante en el tiempo.
Newton se diferencia así de otros grandes fotógrafos como Nobuyoshi Araki:
lo que en Araki es actividad maníaca e improvisación, en Newton es
ensayo pausado y preparación meticulosa. Incluso las imágenes
aparentemente más espontáneas llevan detrás un duro trabajo de horas en
que hasta la más mínima posición del cuerpo de la modelo ha sido
planificada. “La gente en mis fotos ha sido “colocada” como sobre un
escenario; sin embargo mis fotografías no son falsificaciones, sino que
reflejan lo que veo de la vida con mis propios ojos”, escribe Newton.
Por
ese motivo Helmut siempre tuvo problemas al fotografiar actrices: quien
viene del mundo del cine tiene tendencia a improvisar, mientras que
Newton es el micromanager definitivo. Por ejemplo las fotos con
Sigourney Weaver representaron en principio un choque de trenes (o de
egos, más bien), hasta que la actriz se dejó llevar por Newton con el
razonamiento de que al fin y al cabo a un cirujano no le diría cómo
hacer las incisiones.
Cada
fotografía de Newton contiene una historia concentrada, como el
fotograma de una película cuya narrativa se despliega en unos pocos
segundos de observación (los que pueda dedicar un distraído lector que
tope con sus fotos en una revista). Los maniquís, cadenas, esposas,
prótesis o demás adminículos no son más que elementos externos que añade
para sumar riqueza narrativa a la escena, proporcionando a la imagen
diferentes niveles de lectura.
El
escenario hace hablar al sujeto fotografiado y es casi siempre un
ingrediente clave de la imagen. Salvo unas pocas excepciones notables,
Newton huye de los fondos blancos de estudio (“las mujeres no suelen
vivir ante una sábana blanca”). Tampoco le gustan los escenarios
exóticos: prefiere localizaciones que estén como mucho a quince minutos
de su casa o su hotel (es conocida la historia del canciller Kohl,
al que en lugar de retratar en su despacho como estaba previsto hizo
salir al parque cercano hasta encontrar un árbol que le sirviera de
fondo). Este ánimo de buscar “el misterio en lo cotidiano”, por usar sus
propias palabras, llegaría a su extremo en la serie Domestic Nudes, en que los escenarios en que fotografió a sus modelos fueron apartamentos vulgares y corrientes.
En su estudio de la rue Abriot Newton tenía sus fotos clasificadas en tres archivadores, con los rótulos Moda, Erotica y Portraits mondains.
Y es que el grueso de su trabajo fue de fotografía erótica, de modas o
publicitaria, pero también fue un gran retratista, capaz de capturar la
esencia del retratado: Catherine Deneuve, Monica Bellucci, Salvador Dalí, David Lynch, Isabella Rossellini, Anthony Burgess…
Newton se quedaba desconcertado cuando le decían que sabía captar el
alma de sus modelos. “Sólo fotografío un cuerpo, una cara, unas
piernas”, contestaba el materialista definitivo. Pero ah, la cara es el
espejo del alma, y es posible leer el carácter de alguien en la
expresión de su rostro…
Cuando
le preguntaron a qué personalidades prefería retratar, Newton contestó
“a aquellos que amo, a quienes admiro y a quienes odio”. Esta filosofía
ha permitido que un judío perseguido por los nazis haya fotografiado a Leni Riefenstahl o al mismísimo Le Pen posando con sus perros…
Porno chic: los ricos también follan
“Las
fotografías de Newton son fotogramas de una elegante película erótica,
tal vez titulada Medianoche en la Mansión o Tardes en Super-Cannes, una
película virtual que nunca se ha proyectado en ningún cine sino en el
interior de nuestras mentes durante los últimos cuarenta años”. J.G. Ballard
Durante
la sexualmente despreocupada primera mitad de los setenta el cine porno
vivió una breve edad de oro, bautizada por columnista del New York
Times Ralph Blumenthal como la época del “porno chic”.
En esos años se puso de moda e incluso resultó socialmente aceptable
comentar cual crítico sesudo películas softcore como Garganta Profunda, Historia de O, Emmanuelle o Tras la puerta verde.
Con un guión relativamente elaborado y una producción más cuidada de lo
habitual, estas películas no sólo abrieron brevemente la puerta de la
(relativa) respetabilidad al porno, sino que llenaron unos cuantos
bolsillos: Garganta Profunda costó apenas 25.000 dólares y ha recaudado más de cien millones.
Varios
astutos comerciantes tomaron nota de que el sexo no solamente era un
buen negocio, sino que no tenía por qué ser sórdido, minoritario o low brow: el erotismo burgués (y en ocasiones algo kitsch) se vende bien, o por decirlo de modo más abrupto, los ricos también follan. Un clima perfecto para que a fotógrafos como Guy Bourdin
o Helmut Newton se les permitiera introducir desnudos cada vez más
explícitos en sus obras, una tendencia que se ha mantenido hasta
nuestros días con Tom Ford, el hipersexual (y adorable) Terry Richardson o tantos otros.
Lo
cierto es que la etiqueta de “porno chic” se ajusta a las fotografías
de Newton como anillo al dedo (aunque sólo retratase sexo explícito en
cierta ocasión con una pareja swinger de San Francisco). Newton
siempre se sintió cómodo retratando de forma sensual y nostálgica los
símbolos de la vieja Europa: muchas de sus imágenes eróticas y
escenarios recuerdan al Berlín burgués, claroscuro y decadente de los
años 30. Calles de barrios señoriales iluminadas por farolas,
apartamentos de Hollywood, piscinas de la Riviera, mansiones
aristocráticas, viejos hoteles de lujo cargados de historia (como el
Nord Pinus II, que sirvió de fondo para la famosísima sesión de fotos de
Newton con Charlotte Rampling)…
En alguna ocasión Newton comentó que los diseños de Yves Saint Laurent representan
lo que le gusta en las mujeres: “elegante, deseable, sensual, con mucha
clase y acostumbrada al lujo”. Sin embargo, es inevitable ver en alguna
de sus fotos (por ejemplo la que muestra a una modelo totalmente
vestida con ropa de marca y tacones en una playa llena de domingueros)
una burla autoirónica, un ramalazo de humor negro dirigido a la vanidad
de la moda.
Newton
nunca se molestó en ocultar su gusto por el lujo ni se avergonzó de su
fortuna: en cierto sentido fue el fotógrafo capitalista por excelencia.
No le atrajeron nunca los museos ni se preocupó por si sus fotografías
podían considerarse artísticas o no: es famosa su sentencia “en mi
diccionario la palabra ‘arte’ es una palabrota”. Tampoco se interesó por
el mundo de la alta cultura o la crítica fotográfica (“un fotógrafo
debería ser como un niño bien educado: se le ve pero no se le escucha.
Una fotografía no necesita explicación”). Consecuentemente, siempre
prefirió que le pagasen revistas de moda o publicistas que recibir
dinero de becas o subvenciones. Además, trabajar para este tipo de
clientes durante casi toda su vida le permitió acceder a modelos
guapísimas para sus propias fotografías (es inolvidable la escena del
casting fotográfico que puede verse en Frames from the Edge).
En
sus últimos años dejó de lado el mundo de la moda, cada vez más pacato
(especialmente en Estados Unidos) y menos proclive a permitirle
aventurerismos. “Hoy en día las revistas de moda no tienen sentido del
humor”, dijo. No le faltaba razón.
“Una
mujer que sea una débil florecilla, que no sea inteligente, fuerte y
asertiva… Me parece poco interesante, por decirlo suavemente. Me gustan
las mujeres fuertes”. Helmut Newton
En un incendiario artículo en la revista Emma, la feminista alemana Alice Schwarzer acusó
a Newton de misoginia, racismo, explotación de las mujeres y fascismo.
“¡Gilipolleces! Amo a las chicas”, contestó Newton tajante. No siento
demasiada simpatía por Schwarzer, abanderada del movimiento antiporno y
de una cierta cruzada moral contra el desnudo: siempre me he sentido más
cercano al feminismo sex-positive de Camille Paglia o Annie Sprinkle.
En cualquier caso, lo que me disgusta de las críticas a Newton de gente
como Schwarzer es la incapacidad para percibir una obra de arte más
allá de los propios prejuicios.
Para
empezar: a Newton, como a casi todos los grandes artistas, siempre le
gustó ser un tocapelotas. O dicho de otra forma, buscaba conscientemente
presentar sus imágenes como actos de provocación social que rompieran
los límites de la fotografía de moda tradicional. Muchas de sus fotos
tienen un componente violento, cruel, voluntariamente chocante, en
ocasiones surreal y barroco, como si hubieran sido tomadas durante un
sueño lúcido en que nada es real del todo ni debe tomarse demasiado
literalmente (según J.G.Ballard, Newton está más cerca de Magritte que de Cartier-Bresson).
Quizá
lo más molesto de algunas críticas a Newton es su falta de sentido de
la ironía, que se convierte en incapacidad de entender chistes visuales
como la famosa fotografía de la modelo calzada con una silla de montar
de Hermès. Se equivocan quienes ven ahí un
planteamiento filosófico machista o una venganza misógina, y ni siquiera
es necesario defender la fotografía haciendo referencia al fetichismo o
a los juegos eróticos consensuados (esa foto fue homenajeada en Secretary).
La imagen es más sencilla: es un chiste, una subversión erótico-festiva
con un punto surreal similar al de la famosa foto newtoniana de la
mujer devorada por un cocodrilo (escena de un ballet de Pina Bausch, por cierto).
Ya
hemos comentado que las imágenes de Newton son fotogramas de una
película cuya presentación y desenlace aporta el cerebro del espectador:
la fotografía no incluye ningún juicio de valor aparte del que proyecte
sobre ella quien la mira. La potente fotografía de una modelo
poniéndose una pistola en la boca (inspirada en una amiga de Newton que
se apuntó con un revólver-mechero haciendo el tonto) no es una
incitación al suicidio: somos los espectadores quienes interpretamos la
imagen, le damos una historia a la chica y nos preguntamos qué la habrá
puesto en esa situación.
Hay
quien ha visto en las mujeres de Newton, orgullosas de su cuerpo
perfecto y su belleza, un retrato de la cambiante femineidad
post-feminista segura de sí misma. Estén vestidas o desnudas, se
muestran a menudo fuertes, dominantes, en control de sí mismas y del
entorno que las rodea. Los modelos masculinos que las acompañan son
retratados casi siempre como figuras secundarias, débiles, impotentes o
al menos a la merced de la hembra alfa con quien comparten encuadre: si
las mujeres newtonianas son “objetos sexuales”, no lo son al servicio
del hombre. Poder, belleza, peligro, seducción: emociones fuertes para
mujeres fuertes, femmes fatales dueñas de su propia sexualidad.
A
menudo se menciona también el papel de Newton y June como pioneros de
una cierta fotografía erótica de calidad, abriendo a muchas mujeres
fotógrafas un camino antes vedado. Ellen Von Unwerth
fue modelo de Newton hasta convertirse en autora de turbadoras y
tórridas fotografías, y es fácil reconocer en las muy sensuales imágenes
en blanco y negro de Bettina Rheims la (reconocida) influencia del maestro.
En realidad el feminismo sex-positive
tiene un buen motivo para estar agradecido a Newton: liberó el desnudo
femenino del más bien sórdido reino del pornógrafo, probando que el
erotismo puede tener glamour, clase y elegancia.
El libro más caro del siglo XX
“Si considerase lo que le gusta al público nunca sacaría una sola foto. Lo que hago es para complacerme a mí mismo”. Helmut Newton
En 1997 Benedikt Taschen
convoca a Newton a la oficina de su editorial en Los Ángeles para
proponerle un faraónico proyecto. Al entrar allí, Helmut se queda con la
boca abierta al toparse con la maqueta de un libro gigantesco, de casi
un metro de altura, que debería contener casi quinientas de sus mejores
fotografías reproducidas a la máxima calidad posible. Newton se siente
halagado y un tanto desconcertado; June se enamora de la idea y adivina
sus posibilidades; Benedikt está convencido (y con razón) de que un
macrolibro así se convertirá en el bombazo que aseguraría el futuro de
su editorial. Un par de brindis más tarde se firman los contratos
necesarios.
Dos años de ingente trabajo más tarde, el inmenso libraco se presentó con el título de SUMO
en la feria Art Basel, culminando el que probablemente haya sido el
proyecto más faraónico de toda la historia editorial. Finalmente el
monstruo tuvo 464 páginas, midió 50×70 cm y pesó 35.4 kg de peso: cada
ejemplar venía acompañado de un enorme atril metálico (diseñado, cómo
no, por Philippe Starck) para poder sostener el libro
abierto. Helmut Newton firmó a mano cada uno de los diez mil ejemplares,
un proceso que le ocupó todas las mañanas de unos cuantos meses y que
recuerda como bastante pesadillesco… Aunque no fue nada en comparación
con los quebraderos de cabeza que le trajo supervisar la positivación de
las imágenes a ese elefantiásico tamaño.
El
esfuerzo mereció la pena: el libro se agotó enseguida a pesar de sus
precios desorbitados, y puede encontrarse hoy en día en gabinetes de
arte, galerías y museos como el mismísimo MoMA de Nueva York. Un ejemplar de SUMO
firmado por cien de las celebridades retratadas en sus páginas se
convirtió en el libro más caro del siglo XX al ser vendido por 430.000
dólares durante una subasta benéfica berlinesa en el año 2000. En el
momento de escribir este artículo puede encargarse un ejemplar por
apenas 9.900 dólares en Amazon: ¡daos prisa en comprarlo, millonarios
lectores, y luego patrocinadme, que no me vendría mal un mecenas!
Diez
años más tarde, ya con Helmut muerto, June autorizó y supervisó una
reimpresión con las mismas fotografías pero a menor tamaño (26.7 x 37.4
cm) y a un precio más democráticamente asequible, alrededor de los cien
dólares. Regalé un ejemplar de ese mini-SUMO a mi pareja por su
cumpleaños, y actualmente tiene un rincón privilegiado en el comedor de
nuestra casa. Cada vez que pasamos por delante abrimos al azar una de
sus páginas y pasamos un buen rato en la agradable compañía de David Bowie, Nastassja Kinski, Grace Jones
o centenares de modelos guapísimas cuya elegante belleza servirá
perfectamente para despedirme de los lectores hasta el siguiente
artículo…
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