Lo aquí escrito forma parte del grueso teórico de los talleres de
retrato y desnudo que imparto habitualmente.
© Guillermo Asián
En estos talleres el concepto se
discute, se analiza el contenido de la imagen fotográfica y se transciende más
allá de la técnica, con el afán desbloqueador del convencionalismo al que nos
exponemos por gracia de una actividad diaria
repetitiva, que provoca en parte la falta de análisis y, como no, la
mentira social de la cual tod@s somos cómplices en
nuestra búsqueda del reconocimiento. En estos grupos establecemos un diálogo
crítico, evaluando la obra fotográfica propia y ajena, tomando siempre como
referente a los grandes maestros.
La evalución de lo “artístico” genera cierto análisis
ambivalente, en parte por la condición
misma del arte: un hecho subjetivo que en su estudio y realización requiere del
conocimiento previo, y de cierta predisposición revolucionaria hacia lo
establecido. Miguel Ángel, el genial artista manierista, ya opinaba al respecto
que “para transgredir las normas hay que conocerlas”. De ahí que el crítico
tenga que ser un personaje con una depurada cultura, o al menos ser estudioso
de la materia de la cual habla. Por tanto, la crítica es un tipo de opinión que
analiza, argumenta, explica y enjuicia los valores de lo artístico. Para
criticar es muy conveniente conocer.
© Guillermo Asián
Digamos que la
crítica de arte es una serie de
argumentos y razonamientos que culminan en juicios valorativos, siendo
didáctica, desprejuiciada y persuasiva.
En este punto topamos con la mentira social, en gran medida
cuando evaluamos el hecho artístico condicionados por los convencionalismos ya
citados. Es curioso observar cómo “el espectador crítico no formado” es
manipulado por discursos para él incomprensibles, arrastrado por el fanatismo y
la atracción que, en gran parte, es motivada por campañas o argucias que el
“artista comercial o sus representantes” utilizan de forma hábil para conseguir
sus propósitos de difusión y venta. Las campañas de publicidad, los despliegues
de medios, la seducción basada en el atractivo personal, el halo transgresor,
la utilización calculada de las redes sociales, etc... son algunos ejemplos de
estas tácticas.
Evaluar la obra artística, sea la que sea, no es fácil, por
más que algunos/as así lo crean.
Comúnmente, en medios cercanos al artista, el miedo al
rechazo lleva a tomar actitudes críticas condescendientes y poco sinceras.
Éste es un obstáculo para la mejor comprensión del “hecho artístico”, puesto que en torno a la “mentira social” se
establecen pactos que ya hemos asumido como normales, pero que a fuerza de ser
repetidos generan insatisfacción y bloqueos.
En mi labor como profesional de la fotografía me veo
obligado a evaluar la obra de otros compañeros y alumnos de profesión, siendo
complicado nadar en esas aguas de la búsqueda del reconocimiento y la
susceptibilidad, topando en ocasiones con la instancia psíquica que reconoce el
“yo” de forma parcial, a veces alimentado de forma excesiva, o todo lo
contrario.
Los “yo” encumbrados,
perviven en ocasiones debido a la inercia de cierto "populismo",
entendiendo aquí el término como “referencia al discurso utilizado por el político
(artista), buscando la aceptación de los votantes (seguidores o fans)”.
Bien es sabido que la utilización apropiada de los medios de
comunicación al alcance, como son las redes sociales, los mailings, la
repetición de exposiciones en diferentes espacios (blogs, pequeñas o grandes
salas de arte, revistas online, notas de prensa, etc...), y las actitudes
seductoras socialmente admitidas por “la masa seguidora”, como son la propia
imagen o cierta habilidad para la comunicación personal, pueden hacer milagros
y encumbrar algún que otro “globo de aire” sin proyección alguna. Estos ejemplos de “artista”, se mueven a
gusto entre la masa, utilizando la cancioncilla del verano que más pegadiza suene.
© Guillermo Asián
Un ejemplo es la utilización de la fotografía HDR ( postalita tristemente de moda ), por parte de estos "gurús". También citaré, aunque con
honrosas excepciones, la fotografía de
impacto con desenfoques localizados, tendencia en aumento que aprovecha herramientas de
postproducción. Otros ejemplos podrían ser los montajes hábilmente
mezclados con colores vivos, pero pobres de contenido; las fotografías de alto contraste; la fotografía
hiperrealista como valor intrínseco, pero sin ningún otro valor añadido, etc...
La crítica de arte, que nació en los salones de Diderot allá
por 1750, y que alababa a Rembrandt, Poussin, etc, no es exactamente la misma
que la utilizada hoy día entre determinados galeristas, críticos afamados y, como
no, la masa seguidora. Si analizamos en profundidad el juicio valorativo de la
comunidad que tenemos a nuestro inmediato alcance (Facebook),
observaremos de inmediato la muestra heterogénea de opiniones y sentencias que nos llega, la mayoría
expuestas con gran pasión pero escasamente razonadas.
Es en el Romanticismo, tiempo en el que la Ilustración echa por tierra la
relación entre el objeto y el sujeto, cuando la razón y la lógica toman el
puesto protagonista en la historia. Es curioso constatar como los medios de
comunicación actuales han dado al traste, en gran medida, con el análisis
lógico, sustituyendo el mismo por un vacuo ideario dependiente del dinero y del
reconocimiento inmediato. El hecho
artístico no es considerado por los
mass media como una expresión natural, sino
como un bien o una inversión amortizable. En este sentido, volver a hacer
efectivos los conceptos del romanticismo y el eclepticismo, harían viable una
vuelta a la naturaleza y a la toma de
conciencia del hombre y del mundo...
Baudelaire
relacionaba la poesía con el arte, dotaba a la crítica de arte de un toque subjetivo y
resaltaba la imaginación y la originalidad por encima del convencionalismo. Él,
como crítico, realizó un análisis exhaustivo de artistas y géneros,
jerarquizados en función de la obra, e imprimió en sus textos la subjetiva retórica de cada uno de ellos.
Con el arte moderno todo se ha trastocado. El estrés se presenta como un
valor invariable, y la ayuda que debería brindarnos el arte para conocer el
mundo, se torna en confusión o en algo
peor. A veces eso peor es que nos deja indiferentes, y con la sensación de que
el arte contemporáneo es impenetrable y sectario, o que está realizado por
locos chiflados y que los que están interesados son otro grupo de locos o
snobs. Aprovecho aquí para recomendar el libro de Victoria Combalía, llamado
“Comprender el arte moderno”, que es una selección de
artículos publicados desde 1972. Es un libro que analiza el arte desde su vertiente pictórica, pero a los efectos de este escrito creo que es muy recomendable porque aunque la literatura al uso resulta críptica o solo para iniciados, también se
dirige a aquellos que, aunque no se atrevan a manifestarlo, creen que
el arte moderno es obra de incompetentes o desquiciados. En el libro, Combalía no se casa con nadie y
no necesita recurrir a la mentira social. Lanza torpedos contra determinados
artistas y contra parte del arte actual, que presuntamente es iconoclasta y
crítico, pero en el fondo complaciente y amanerado. En este libro también lanza
algún pepinazo contra “esos jóvenes comisarios que organizan bienales por todo
el mundo, careciendo de cultura, y contra esas bienales que parecen parques de
atracciones revestidos con un ligero barniz cultural”. Y por supuesto que
también lanza alguna granada contra el público, al comentar que “...en la exposición
de Dieter Roth, que se presentó en el MACBA, no vi a un solo visitante
español...”
© Guillermo Asián
Combalía, en entrevista realizada por Mercedes Abad, cita, refiriéndose al
arte contemporáneo en general: “En los años setenta había pocos artistas
catalogados. Ahora, sólo en Nueva York habrá unos 200.000. El problema de la
masificación es que abundan subproductos y hay mucha tomadura de pelo. Además,
entre la televisión , Internet y la publicidad, se ha diluido el mensaje, y a
menudo hay tanta creatividad en la publicidad como en ciertas obras
artísticas”. Entonces, pregunta Abad, “¿cómo se las ingenia uno para descubrir
al artista auténtico entre tanta bazofia” “Mira, el grueso de la población,
desde Atapuerca hasta ahora, no se entera de nada. Pero el artista verdadero se
adelanta a su época y ve lo que pasa en el mundo antes que los demás.
Lamentablemente, ahora muchos de los que van de artistas no ven más que el
común de los mortales”.
Combalía se despacha sin tapujos al explicar el desinterés del público
español al decir “En este país tenemos un problema grave de incultura. La gente
no lee, las hemerotecas están vacías, es un país de tarugos. En Francia o en
Alemania, la gente es mucho más culta e inquieta”.
Me viene entonces a la memoria una anécdota que leí en
Libération, en la que Jean-Pierre Bloch contaba algo sucedido en
1963. Paseaba con Johnny Halliday por Londres con los miembros de la banda y
con Mick Jagger, y al cabo de un rato se les acercó un tipo “incomprensible y
colocadísimo”. El caso es que, después de un rato, consintieron en seguir a
aquel “raro individuo”, que decía ser pintor, hasta su lugar de trabajo, y el
tipo le regaló a Halliday uno de sus “extraños lienzos donde se movían de forma
desarticulada formas humanas incomprensibles”. Dos décadas después, Bloch ve un
cartel del Grand Palais y llama por teléfono a Halliday: “¿Te acuerdas de aquel
pintor en Londres, el pelma?”. “Sí”, contestó Johnny. “¿Sabes quién era?
Francis Bacon. ¿Tienes idea de lo que vale una de sus pinturas? Unos tres
millones de dólares. ¿Dónde tienes el lienzo que te regaló?”. “Ni idea”,
contestó Halliday. “Seguro que lo he perdido o lo he tirado a la basura en
alguna mudanza”. Vaya sorpresa, Johnny...
© Guillermo Asián
En elipsis con el comienzo de este breve escrito, reflexionemos sobre el
convencionalismo y también sobre el efectismo, que nos tienen algo desorientados. Mi conclusión es que la convención
de varias opiniones curtidas en la cultura y la observación, tienen que ver
directamente con el acuerdo. Esto es así porque la convención jamás puede ser
la opinión de una sola persona, sino la de un grupo, independientemente de que
la opinión sea acertada o no. Normalmente, los ejemplos
convencionales de la sociedad son los que no discute nadie, y suelen permanecer
presentes tácita o explícitamente. Sin embargo, lo que es convencional para un
gran grupo (vestirse de determinada manera), puede no ser convencional para una
comunidad distinta. De ahí que las modas sean aceptadas de buen grado por las
mayorías, y rechazadas por sectores contraculturales. En el arte sucede
igual. La moda es pasajera. Las fotografías de “usar y tirar” no prevalecen, aunque se venden como churros, cayendo de las manos de pretendidos artistas con gran dominio de los medios. Ahora se me viene a la cabeza algún premiado/a con el Nacional de Fotografía, pero mejor me callo... Por aquello de la mentira social, ya sabes :-)
Conceptos como “profundo, emocional, atrevido, creativo...” perduran.
Transgresión es, a mi juicio, el concepto que enfrenta a la razón con la
emoción, de forma que obras impregnadas de genio resultan evaluadas, en ocasiones, de manera inadecuada, y mucho más si caen en manos de los mercachifles del arte. Salvo honrosas excepciones, claro está.
No puedo pretender que todo el mundo sea sensible y nada manipulable... Pero qué bonito sería