Mani se levantó sacudiéndo la arena de su piel, envolvió su cuerpo en un gran pañuelo y siguió el camino
hacia el molino mientras encendía un cigarrillo.
-Me pregunto si las aves migratorias paran de vez en cuando
y dejan de volar- Miró al cielo buscando algo con atención.
-No creo que pasen semanas sin comer ni beber- Lancé una
piedra cerca de la charca y escuché un graznido parecido al de un pato herido.
-Ya. No parece posible que vuelen constantemente. Eso debe cansar a
cualquiera, aunque seas un pelícano de veinte kilos-
Llegamos al molino. El atardecer
pintaba de naranja la tierra entera y descubrí, con cierta despreocupación, que no sabíamos nada de aves.
Cogió el
dinero y lo guardó bajo la almohada. Me dio las gracias y su sonrisa se transformó.
El escritor quería hablar. ¿Qué tal estaba el trabajo actualmente? ¿Cómo es que
a una chica como ella le gustaba aquella
clase de vida? Oh, por favor, cariño, basta ya de hablar, empecemos de una vez.
No, no, yo quiero que hablemos, es importante, un nuevo libro, materia prima.
Lo hago a menudo. ¿Cómo te metiste en el oficio? Joder, cariño, ¿es que también
me vas a preguntar eso? Que el dinero no es problema, ya te lo dije. Pero mi
tiempo tiene precio, cariño. Toma otros dos dólares. Ya van cinco, Santo Dios,
cinco dólares del ala y aún no he salido de aquí, cuánto te odio, basura
inmunda. Aunque eres más pura que yo porque no tienes ninguna inteligencia que
vender, sólo la triste envoltura de la carne.
La chica
estaba impresionada, dispuesta a cualquier cosa. Habría hecho con ella lo que me
hubiera dado la gana, y quiso atraerme hacia sí, pero no, esperemos un rato. Te
he dicho que quiero hablar, que el dinero no es problema, toma tres más, ya van
ocho, pero no importa. Quédate con los ocho dólares y cómprate algo bonito. De
pronto chasqué los dedos como hombre que recuerda algo, algo importante, una
cita, un compromiso.
—Eh — dije —,
ahora que recuerdo. ¿Qué hora es? Había hundido la barbilla en mi cuello y me
lo acariciaba. — No te preocupes por la hora, cariño. Puedes quedarte toda la
noche. Un hombre importante, importantísimo, ahora lo recordaba, mi editor, iba
a llegar en avión aquella misma noche. En Burbank, iba a aterrizar en Burbank.
Tendré que coger un taxi para ir allí, tengo que darme prisa. Adiós, adiós,
quédate los ocho pavos, cómprate algo bonito, adiós, adiós, bajando las
escaleras a toda velocidad, huyendo, sumergiéndome en la niebla acogedora de la
calle, quédate los ocho pavos, oh dulce niebla, te he visto y hacia ti corro,
oh aire puro, oh mundo maravilloso, hacia ti voy, adiós, gritando por las
escaleras, volveremos a vernos, quédate los ocho dólares y cómprate algo que te
guste. Ocho dólares que me hacen llorar sangre, Jesús, acaba conmigo, dame la
muerte y envía a casa mi cadáver, dame la muerte, hazme morir como un pagano
idiota que no cuenta con sacerdote alguno para absolverle, ni con la
extremaunción, ocho dólares, ocho dólares…
Duerme y floto por los techos, aspirando en los rincones el
perfume de un gemido. Ritmo frenético, vaivén de entregas y sudores. Roce de aguas y vientres.
Quería escribir y volvíamos a casa. Ella miró el escaparate y se paró.
-Quiero hacerme un tatuaje-
Golpeó el suelo suavemente con el tacón derecho y me miró sin dar tregua. La decisión estaba tomada.
Entró en el local empujando la puerta de metal con su mano
izquierda y la seguí. Era de reacciones imprevisibles y eso me gustaba.
Observé al tipo tras el mostrador, que sonrío sin saber porqué.
- Quiero tatuarme aquí- Señaló su muslo a la altura del pubis y buscó algo en
la bolsa de cuero que pendía del hombro.
-Y no quiero cualquier cosa, lo tengo claro- Concluyó antes de que el tipo pudiera
respirar. Sacó un paquete de Marlboro y encendió un pitillo. Me lié el mío despacio, con
tabaco holandés. No hacía calor, a pesar del verano.
-Quiero un corazón marcado con una línea, con una cerradura
en el centro. Seguro que puedes hacerlo ¿No?- No le dejó responder.
-Vamos, veo que no hay nadie y es muy sencillo. Ahora hago
un boceto y te entonas- Le sonrío. Ella
sabía cómo hacer que un tipo como aquel perdiera el culo por uno de sus deseos. Movió las piernas un poco, como reteniendo la orina. Habíamos estado bebiendo toda
la tarde.
- Seguramente podré hacer lo que pides con relativa facilidad- Masculló por fin el calvo tatuado hasta los
dientes.
Pasamos tras la cortina, y allí estaba aquella habitación repleta de dibujos en
las paredes. Había uno muy chulo de Zsa Zsa Gabor, recreando una foto de los
años 50. Y una foto enorme de una Harley con motor Panhead. Recordé entonces la noche que me estrellé en
Mérida contra una muralla de piedra. Desde
entonces no llevo la moto si bebo más de una botella de bourbon. Uno se hace
prudente con los años.
Las tuberías sonaron y Lola salió del váter con cara de satisfacción. Comenzó a
bajarse los pantalones un poco mientras el tipo se ponía los guantes de látex manipulando las agujas con habilidad. Me senté en un sillón de cuero viejo para
ver el espectáculo. El lugar me gustaba. No demasiado recargado, no demasiado
vacío, no demasiada luz y tampoco poca. Con su lupa iluminada y toda esa coña. En
fin…
- Mira, así lo quiero- Le tendió un dibujo a mano que acababa de garabatear. Me
levanté para husmear.
-Lo verás esta noche- Sonrío, indicándome con la mano que me sentara.
Se quitó las bragas estirándose en la camilla. El tipo
sudaba. Comenzó a delimitar la zona con un rotulador mientras Lola se acariciaba el
cabello. Miré sus pies perfectos y me hice un joint.
En la calle comenzaba a llover.
"Un escritor siempre se desdobla una y otra vez. Y vive bajo presión.
Sólo de ese modo agotador puede meterse bajo la piel de cada uno de sus personajes, escribir desde adentro y producir libros convincentes. Lo que quiero decir es que mis libros no los escribo yo. Los escriben los personajes que los habitan. Supongo que es bueno facilitar el diálogo entre los lectores y esos tipos casi siempre desesperados y desolados que hacen equilibrios al borde del abismo y con los que juego a los desaparecidos como hacía Houdini: a veces ellos me habitan. Otras veces yo los penetro y me acomodo como un alien entre sus costillas.
A Balzac le preguntaron: “¿Qué es un personaje de novela?”. Y respondió: “Puede ser cualquier persona de la calle, pero es alguien que va hasta el límite de sí mismo. Ninguno de nosotros va nunca hasta el límite. Tenemos miedo de la cárcel o de espantar a nuestros semejantes”.
George Simenon redondeó más la idea: “La novela consiste en crear un grupo social alrededor de un personaje central, y al autor sólo le queda meterse en la piel del personaje”.
Así que esta es la filosofía de este espacio: jugar como niños, sin objetivos ni aspiraciones trascendentales. Sólo el juego entre los lectores y estos personajes un poco trascuerdos que pueblan mis libros."
Agradezco mucho al Grupo V el trato que he recibido por parte de la dirección y la redacción de Super Foto Digital, en su sección Expo Abierta. Os dejo la entrevista realizada por Isabel González y las fotos publicadas.
"El muro" es una colección de relatos publicada en 1939 por el escritor francés Jean-Paul Sartre. Es considerada como una de las mejores obras existencialistas del autor y fue dedicada a su amante de toda la vida, Olga Kosakiewicz, antigua estudiante de Simone de Beauvoir.
El libro está compuesto por cinco novelas cortas de 25 a 90 páginas
que Jean-Paul Sartre definió como "cinco pequeños desastres trágicos y
cómicos". Las novelas que lo forman son: El muro, La cámara, Eróstrato, Intimidad y La infancia de un jefe.
El muro
es la narración en primera persona de un prisionero republicano español
condenado a ser fusilado por las tropas franquistas y sus reflexiones
respecto a la vida y la muerte la noche previa al día de su ejecución. La cámara
es una narración en tercera persona que explora temas como la locura,
la enfermedad, la familia burguesa, las parejas y la sexualidad. Eróstrato también es una narración en primera persona que expone los temas del odio a la humanidad
y de la violencia, la angustia causada por la sexualidad femenina, todo
desarrollándose en un ambiente tragicómico, reminiscente del incendio
del templo de Artemisa en Éfeso. Intimidad
se desarrolla con una narración en tercera persona y utilizando
monólogos interiores por parte de los protagonistas. Trata de la lucha
interna de una mujer por decidirse a dejar a su esposo y luego por
encontrarle un sentido a los roles sociales de esposa, amiga y amante. La infancia de un jefe
es la novela más extensa del libro, de un tono muy distinto al resto.
Expone un análisis sociológico, psicológico e histórico de un muchacho
que pasa de buscarle un sentido a la vida, a seguir los pasos de Arthur Rimbaud y finalmente a acercarse poco a poco a la ideología fascista.
Linda
y yo vivíamos justo frente al parque McArthur, y una noche que
estábamos bebiendo vimos por la ventana que caía un hombre. una visión
extraña, parecía un , pero no era ningún chiste pues el se estrelló en la calle. «dios mío», le dije a Linda, «¡se espachurró como un
pasado! ¡no somos más que tripas y mierda y material pegajoso! ¡ven!
¡ven! ¡míralo! ». Linda se acercó a la ventana, luego corrió al baño y
vomitó. luego volvió. me volví y la miré. «te lo digo de veras, querida,
es exactamente igual que un gran cuenco de espaguettis y carne podrida,
aderezado con una camisa y un traje rotos!». Linda volvió corriendo al
baño y vomitó otra vez.
me senté y seguí bebiendo vino. pronto oí la sirena. lo que
necesitaban en realidad era el departamento de basuras. bueno, qué coño,
todos tenemos nuestros problemas. yo no sabía nunca de dónde iba a
venir el dinero del alquiler y estábamos demasiado enfermos de tanto
beber para buscar trabajo. cuando nos preocupábamos, lo único que
podíamos hacer para eliminar nuestras preocupaciones era joder. esto nos
hacía olvidar un rato. jodíamos mucho y, para suerte mía, Linda tenía
un polvo magnífico. todo aquel hotel estaba lleno de gente como
nosotros, que bebían vino y jodían y no sabían después qué. de vez en
cuando, uno de ellos se tiraba por la ventana. pero el dinero siempre
nos llegaba de algún sitio; justo cuando todo parecía indicar que
tendríamos que comernos nuestra propia mierda, una vez trescientos
dólares de una tía muerta, otra un reembolso fiscal demorado. otra vez,
iba yo en autobús y en el asiento de enfrente aparecen aquellasmonedas de
cincuenta centavos. yo no sabía, ni lo sé todavía, qué significaba
aquello, quién lo había dejado allí. me cambié de asiento y empecé a
guardarme las monedas
.
cuando llené los bolsillo, apreté el timbre y bajé en la primera
parada. nadie dijo nada ni intentó detenerme. en fin, cuando estás
borracho, sueles ser afortunado; aunque no seas un tipo de suerte,
puedes ser afortunado.
pasábamos siempre parte del día en el parque mirando los patos. te
aseguro que cuando andas mal de salud por darle sin parar a la botella y
por falta de comida decente, y estás cansado de joder intentando
olvidar, no hay como irse a ver los patos. quiero decir, tienes que
salir del cuarto, porque puedes caer en la tristeza profunda profunda y
puedes verte en seguida saltando por la ventana. es más fácil de lo que
te imaginas. así que Linda y yo nos sentábamos en un banco a mirar los
patos. a los patos les da todo igual, no tienen que pagar alquiler, ni
ropa, tienen comida en abundancia, les basta con flotar de aquí para
allá cagando y graznando. picoteando, mordisqueando, comiendo siempre.
de cuando en cuando, de noche, uno de los del hotel captura un pato, lo
mata, lo mete en su habitación, lo limpia y lo guisa. nosotros lo
pensamos pero nunca lo hicimos. además es difícil cogerlos; en cuanto te
acercas ¡SLUUUSCH! una rociada de agua y el cabrón se fue... nosotros
solíamos comer pastelitos hechos de harina y agua, o de vez en cuando
robábamos alguna mazorca de maíz (había un tipo que tenía un plantel de
maíz) no creo que llegase a conseguir comer ni una mazorca, y luego
robábamos siempre algo en los mercados al aire libre... me refiero a las
tiendas que tienen mercancías expuestas a la puerta; esto significaba
un tomate o dos o un pepino pequeño de cuando en cuando, pero éramos
ladronzuelos, raterillos, y nos basábamos sobre todo en la suerte. los
cigarrillos era más fácil, te dabas un paseo de noche y siempre alguien
dejaba la ventanilla de un coche sin subir y un paquete o medio paquete
de cigarrillos en la guantera. en fin nuestros auténticos problemas eran
la bebida y el alquiler. y jodíamos y nos preocupábamos por esto.
y como siempre llegan los días de desesperación total, llegaron los
nuestros. no había vino, no había suerte, ya no había nada. no había
crédito de la casera ni de la bodega. decidí poner el despertador a las
cinco y media de la mañana y bajar al Mercado de Trabajo Agrícola, pero
ni siquiera el despertador funcionó bien. se había estropeado y yo lo
había abierto para arreglarlo. tenía un muelle roto y el único medio que
se me ocurrió de arreglarlo fue romper un trozo y enganchar de nuevo el
resto, cerrarlo y darle cuerda. ¿queréis saber lo que les pasa a los
despertadores, y supongo que a toda clase de relojes,
si les pones un muelle más pequeño? os lo diré: cuanto más pequeño sea
el muelle, más deprisa andan las manecillas. era una especie de reloj
loco, os lo aseguro, y cuando nos cansábamos de joder para olvidar las
preocupaciones, solíamos contemplar aquel reloj e intentar determinar la
hora que era realmente. y veías correr aquel minutero... nos reíamos
mucho.
luego, un día, tardamos una semana en adivinarlo, descubrimos que el
reloj andaba treinta horas por cada doce horas reales de tiempo. y
había que darle cuerda cada siete u ocho, porque si no se paraba. a
veces despertábamos y mirábamos el reloj y nos preguntábamos qué hora
sería.
—¿te das cuenta, querida? —decía yo— el reloj anda dos veces y media más deprisa de lo normal. es muy fácil.
—sí, pero ¿qué hora era cuando pusiste el reloj por última vez? —me preguntó ella.
—que me cuelguen si lo sé, nena, estaba borracho.
—bueno, será mejor que le des cuerda porque si no se parará.
—de acuerdo.
le di cuerda, luego jodimos.
así que la mañana que decidí ir al Mercado de Trabajo Agrícola no
conseguí que el reloj funcionase. conseguimos en algún sitio una botella
de vino y la bebimos lentamente. yo miraba aquel reloj, sin entenderlo,
temiendo no despertar. simplemente me tumbé en la cama y no dormí en
toda la noche. luego me levanté, me vestí y bajé a la calle San Pedro.
había demasiada gente por allí, paseando y esperando. vi unos cuantos
tomates en las ventanas y cogí dos o tres y me los comí. había un gran
cartel: SE NECESITAN RECOGEDORES DE ALGODON PARA BAKERSFIELD. COMIDA Y
ALOJAMIENTO. ¿qué demonios era aquello? ¿algodón en Bakersfield,
California? pensé en Eli Whitney y el motor que había eliminado todo
aquello. luego apareció un camión grande y resultó que necesitaban
recogedores de tomates. bueno, mierda, me fastidiaba dejar a Linda en
aquella cama tan sola. no la creía capaz de dormir sola mucho tiempo.
pero decidí intentarlo. todos empezaron a subir al camión. yo esperé y
me aseguré de que todas las damas estaban a bordo, y las había grandes.
cuando todos estaban arriba, intenté subir yo. un mejicano alto,
evidentemente el capataz, empezó a subir el cierre de la caja: «¡lo
siento, señor, completo»! y se fueron sin mí.
eran casi las nueve y el paseo de vuelta hasta el hotel me llevó una
hora. me cruzaba con mucha gente bien vestida y con expresión estúpida.
estuvo a punto de atropellarme un tipo furioso con un Caddy negro. no
sé por qué estaba furioso. quizás el tiempo. hacía mucho calor. cuando
llegué al hotel, tuve que subir andando porque el ascensor quedaba junto
a la puerta de la casera y ella andaba siempre jodiendo con el
ascensor, limpiándolo y frotándolo, o simplemente allí sentada espiando.
eran seis plantas y cuando llegué oí risas en mi habitación. la
zorra de Linda no había esperado mucho. en fin, le daré una buena zurra y
también a él. abrí la puerta.
eran Linda, Jeannie y Eve.
—¡querido! —dijo Linda. se acercó a mí. estaba toda elegante, con
zapatos de tacón alto. me dio un montón de lengua cuando nos besamos.
—¡Jeannie acaba de recibir su primer cheque del desempleo y Eve está en la ayuda a los desocupados! ¡estamos celebrándolo!
había mucho vino de Oporto. entré y me di un baño y luego salí con
mis pantalones cortos. me gusta mucho enseñar las piernas. nunca he
visto unas piernas de hombre tan grandes y vigorosas como las mías. el
resto de mi persona no vale demasiado. me senté con mis raídos
pantalones cortos y posé los pies en la mesita de café.
—¡mierda! ¡mirad esas piernas! —dijo Jeannie. —sí, sí —dijo Eve.
Linda sonrió.
me sirvieron un vaso de vino.
ya sabéis cómo son esas cosas. bebimos y hablamos, hablamos y
bebimos. las chicas salieron a por más botellas. más charla. el reloj
daba vueltas y vueltas. pronto oscureció. yo bebía solo, aún con mis
raídos pantalones cortos. Jeannie había ido al dormitorio y se había
derrumbado en la cama. Eve se había derrumbado en el sofá y Linda en
otro sofá de cuero más pequeño que había en el vestíbulo, delante del
baño. yo seguía sin entender por qué me había dejado en tierra aquel
mejicano. me sentía desgraciado. entré en el dormitorio y me metí en la
cama con Jeannie. era una mujer grande, estaba desnuda. empecé a besarle
los pechos, chupándolos.
—eh, ¿qué haces?
—¿qué hago? ¡joderte! le metí el dedo en el coño y lo moví arriba y abajo.
—¡voy a joderte!
—¡no! ¡Linda me mataría!
—¡nunca lo sabrá!
la monté y luego muy lenta lenta quedamente para que los muelles no
rincharan, pues no debía oírse el menor rumor, entré y salí y entré y
salí siempre despacio despacio y cuando me corrí pensé que nunca
pararía. uno de los mejores polvos de mi vida. mientras me limpiaba con
las sábanas, se me ocurrió este pensamiento: quizás el hombre lleve
siglos jodiendo mal.
luego salí de allí, me senté en la oscuridad, bebí un poco más. no
recuerdo cuánto tiempo estuve allí sentado. bebí bastante. luego me
acerqué a Eve. Eve la de la ayuda a los desocupados. era una cosa gorda,
un poco arrugada, pero tenía unos labios muy atractivos, obscenos,
feos, muy cachondos. Empecé a besar aquella boca terrible y bella. no
protestó en absoluto, abrió las piernas y entré. se portó como una
cerdita, gruñendo y tirando pedos y sornando y retorciéndose. no fue
como con Jeannie, largo y emocionante, fue sólo plaf plaf y fuera. salí
de allí. y antes de que pudiese llegar a mi sillón otra vez la oí roncar
de nuevo. sorprendente... jodía igual que respiraba... no le daba la
menor importancia. cada mujer jode de un modo distinto, y eso es lo que
mantiene al hombre en movimiento. eso es lo que mantiene a un hombre
atrapado.
me senté y bebí algo más pensando en lo que me había hecho aquel
sucio mejicano hijo de puta. no merece la pena ser cortés. luego empecé a
pensar en la ayuda a los desocupados. ¿podrían acogerse a ella un
hombre y una mujer que no estuviesen casados? por supuesto que no. que
se muriesen de hambre. y amor era una especie de palabra sucia. pero eso
era algo de lo que había entre Linda y yo: amor. por eso pasábamos
hambre juntos, bebíamos juntos, vivíamos juntos. ¿qué significaba
matrimonio? matrimonio significaba un JODER santificado y un JODER
santificado siempre y finalmente, sin remisión, significa ABURRIMIENTO,
llega a ser un TRABAJO. pero eso era lo que el mundo quería: un pobre
hijo de puta, atrapado y desdichado, con un trabajo que hacer. bueno,
mierda, me iré a vivir al barrio chino y traspasaré a Linda a Big Eddie.
Big Eddie era un imbécil, pero al menos compraría a Linda algo de ropa y
le metería filetes en el estómago, que era más de lo que yo podía
hacer.
Bukowski Piernas de Elefante, el fracasado.
terminé la botella y decidí que necesitaba dormir un poco. di cuerda
al despertador y me acosté con Linda. se despertó y empezó a frotarse
conmigo.
—oh mierda, oh mierda —dijo—. ¡no sé que me pasa!
—¿qué hubo, nena? ¿estás mala? ¿quieres que llame al Hospital General?
—oh no, mierda, sólo estoy ¡CALIENTE! ¡CALIENTE! ¡MUY CALIENTE!
—¿qué?
—¡digo que estoy muy caliente! ¡JODEME!
—Linda...
—¿qué? ¿qué? —estoy cansadísimo. llevo dos noches sin dormir. ese
largo paseo hasta el mercado de trabajo y luego la vuelta, treinta y dos
manzanas, con aquel sol... es inútil. no hay nada que hacer. estoy
hecho migas.
—¡yo te AYUDARE!
—¿qué quieres decir?
se arrastró por el sofá y empezó a chupármela. gruñí agotado.
—querida, treinta y dos manzanas con aquel sol... estoy liquidado.
ella siguió. tenía una lengua como papel de lija y sabía usarla.
—querida —le dije— ¡soy una nulidad social! ¡no te merezco! ¡déjalo, por favor!
como digo, ella sabía hacerlo. unas pueden; otras no. La mayoría
sólo conocen el viejo chup chup. Linda empezó con el pene, lo dejó, pasó
a las bolas, luego las dejó, volvió otra vez al pene, fue subiendo en
espiral, despertando un maravilloso volumen de energía, Y DEJANDO
SIEMPRE EL CAPULLO PROPIAMENTE DICHO. INTACTO. Por último, yo me disparé
y me lancé a decirle las diversas mentiras sobre lo que haría por ella
cuando consiguiese por fin enderezar el culo y dejar de ser un golfo.
entonces ella atacó el capullo, colocó la boca a un tercio de su
longitud, hizo esa pequeña presión con los dientes, el mordisquito de
lobo y yo me corrí OTRA VEZ... lo cual significaba cuatro veces aquella
noche. quedé completamente agotado. Hay mujeres que saben más que la
ciencia médica.
cuando desperté estaban todas levantadas y vestidas, y con buen aspecto. Linda, Jeannie y Eve. intentaron destaparme, riendo.
—¡bueno, Hank, vamos a divertirnos un poco! ¡y necesitamos un trago! ¡estaremos en el bar de Tommi-Hi!
—¡vale, vale, adiós! salieron las tres meneando el culo.
todo el Género Humano estaba condenado para siempre.
cuando ya iba a dormirme sonó el teléfono interior.
—¿sí?
—¿señor Bukowski?
—¿sí?
—¡vi a esas mujeres! ¡venían de su casa!
—¿y cómo lo sabe? tiene usted ocho pisos y unas siete u ocho habitaciones por piso.
—conozco a todos mis inquilinos, señor Bukowski. aquí no hay más que gente trabajadora y respetable.
—¿sí?
—sí, señor Bukowski, llevo regentando este lugar veinte años, y
nunca jamás había visto cosas como las que pasan en su casa. siempre
hemos tenido aquí gente respetable, señor Bukowski.
—sí, son tan respetables que cada poco un hijo de puta se sube a la
terraza y se tira de cabeza a la calle y va a caer a la entrada entre
esas plantas artificiales que tienen ustedes allí.
—¡le doy de plazo hasta el mediodía para irse, señor Bukowski!
—¿qué hora es en este momento?
—las ocho.
—gracias.
Colgué..
Busqué un alka-seltzer. Lo bebí en un vaso sucio. Luego busqué un
poco de vino. Corrí las cortinas y miré el sol. Era un mundo duro, no me
decía nada, pero odiaba la idea de volver otra vez al barrio chino. Me
gustan las habitaciones pequeñas, sitios pequeños donde poder pelearse
un poco. Una mujer. Un trago. Pero nada de trabajo diario. no podía
soportarlo. no era lo bastante listo. Pensé en tirarme por la ventana
pero no podía. me vestí y bajé a Tommi-Hi's. las chicas reían al fondo
del bar con dos tipos. Marty, el encargado, me conocía. le hice una
seña. No hay dinero. Me senté allí.
Apareció ante mí un whisky con agua y una nota.
«Reúnete conmigo en el Hotel Cucaracha, habitación 12, a medianoche, la habitación será para nosotros. Amor, Linda.»
Bebí el whisky, salí de allí, fui al Hotel Cucaracha a medianoche.
—No, señor —me dijo el recepcionista—, no hay ninguna habitación 12 reservada a nombre de Bukowski.
Volví a la una. Había estado todo el día en el parque, toda la noche. allí sentado. lo mismo.
—no hay ninguna habitación 12 reservada para usted, señor.
— ¿ninguna habitación reservada para mí a ese nombre o a nombre de Linda Bryan?
Comprobó sus libros.
—nada, señor.
— ¿le importa que mire en la habitación 12?
—no hay nadie allí, señor. se lo aseguro.
—estoy enamorado, amigo, lo siento. ¡déjeme echar un vistazo, por favor!
Me echó una de esas miradas que se reservan para los idiotas de cuarta categoría y me dio la llave.
—si tarda más de cinco minutos en volver, tendrá problemas. abrí la puerta, encendí las luces.
— ¡Linda!
Las cucarachas, al ver la luz, volvieron todas corriendo a meterse
debajo del empapelado. Había miles. Cuando apagué la luz, las oí
corretear saliendo otra vez. el propio empapelado no parecía más que una
gran piel de cucaracha.
volví a bajar en ascensor.
—Gracias dije—, tenía usted razón. No hay nadie en la habitación 12.
Por primera vez, su voz pareció adoptar un vago tono amable.
—lo siento, amigo.
—Gracias —dije.
Salí del hotel y giré a la izquierda, es decir hacia el Este, es
decir, hacia el barrio chino. mientras mis pies me arrastraban
lentamente hacia allí, me preguntaba, «¿por qué mienten las personas?»
ahora ya no me lo pregunto, pero aún recuerdo, y ahora, cuando mienten,
casi lo sé mientras están mintiendo, pero aún no soy tan sabio como el
recepcionista del Hotel Cucaracha que sabía que la mentira estaba en
todas partes, o la gente que pasaba volando ante mi ventana mientras yo
bebía oporto en cálidas tardes de Los Ángeles frente al parque McArthur,
donde aún cazan, matan y devoran a los patos, y a la gente.
El hotel aún sigue allí, y también la habitación en la que
parábamos, y si algún día te molestas en venir, te lo enseñaré. pero eso
tiene poco sentido, ¿verdad? digamos sólo que una noche jodí a tres
mujeres, o me jodieron ellas. y cerremos con esto la historia.