Tardes de verano.
Mani se levantó sacudiéndo la arena de su piel, envolvió su cuerpo en un gran pañuelo y siguió el camino
hacia el molino mientras encendía un cigarrillo.
-Me pregunto si las aves migratorias paran de vez en cuando
y dejan de volar- Miró al cielo buscando algo con atención.
-No creo que pasen semanas sin comer ni beber- Lancé una
piedra cerca de la charca y escuché un graznido parecido al de un pato herido.
-Ya. No parece posible que vuelen constantemente. Eso debe cansar a
cualquiera, aunque seas un pelícano de veinte kilos-
Llegamos al molino. El atardecer
pintaba de naranja la tierra entera y descubrí, con cierta despreocupación, que no sabíamos nada de aves.
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