“Cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”. Lord Byron.
© Guillermo Asián
Cada vez hay más perros y, cuanto más avanzada es una sociedad, la
estadística constata que la proporción de canes por humano es mayor.
Tanto es así que en algunos países hay ya menos niños que mascotas por
familia. Un perro no suele rebelarse contra sus dueños cuando alcanza la
adolescencia, no hace botellón ni envenena estúpidamente su
organismo. Tampoco te echa en cara tu decrepitud, ni se atrinchera en
casa hasta los 35 como una ameba en el intestino. El perro nunca muerde
la mano que le da de comer. Lo efímero de su ciclo vital hace que
algunas personas que han querido a un animal no deseen poseer otro con
tal de no sufrir su pérdida.
Es verdad que no todos los perros son de fiar. Hay razas consideradas
peligrosas por ser potencialmente utilizables como armas, pero incluso
en estos casos quien crea casi siempre el problema es el dueño. Ahora
empieza el verano y volveremos a ver a los perros que sus amos
desahuciaron reventados en el asfalto o deambulando aterrorizados por
las carreteras. Es la atrocidad de todos los años. El bonito regalo que
llegó en Navidad con un lazo rojo y que pasado el capricho ya no encaja
en las vacaciones estivales. Aquello de que "él nunca lo haría", es
auténtico. Un perro jamás te abandona, ni siquiera los apaleados lo
hacen. Por fatalista que resulte hay que admitir que al menos en eso
suelen ser mejores que nosotros. Tienen "la grandeza de los grandes
hombres y ninguno de sus defectos", decía un sentido epitafio. El que
lord Byron escribió a su perro.
Carmelo Encinas. El perro de lord Byron
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