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La primera vez que vi a Taluna fue en un club madrileño.
Entré con un grupo de clientes habituales, amigos que en plena "subida" eufórica, decidieron mostrarme un coto de caza reservado a iniciados. Pobre de mí.
En
la entrada, un "armario" vestido de negro con una camisa del mismo
color, miraba de soslayo perdonando brevemente la vida de los que se
aventuraban a cruzar el umbral. Surgen dudas respecto a la seguridad
personal en lugares donde la luz roja es predominante.
Más abajo,
al menos un piso, un olor dulzón invadía el ambiente y la música
golpeaba el estómago con insistencia. Ruido y atmósfera densa
recibieron al grupo que
me llevaba al centro del placer mundano. Varias barras, con chicas moviéndose seguras tras ellas, nos daban la bienvenida.
Era
difícil no fijarse en ella. Una mujer de al menos un metro ochenta
centímetros de altura, subida a unos zapatos afilados como garras, movía
su cuerpo con la soltura de un gato tranquilo, alzada sobre un pedestal prendido de azul, verde, amarillo, proyectando luces cambiantes en su pecho, en su
cuello, en sus manos... Brevemente vestida, intensamente perfumada.
Hombres maduros y jóvenes, acompañados por mujeres de escasas vestiduras, reían y estrechaban sus cinturas.
Ya tenía enfrente la sonrisa de una gacela nocturna, preguntando cuál sería mi elección. Jack daniel´s.
Mis amigos se repartían por la pista, como un comando guerrillero que busca la mejor posición. El juego de la conquista requiere estrategia. Ellas se dejaban caer suavemente entre la bruma alcohólica, y ellos reprimían risas gastadas, mil veces estrenadas en fines de semana de obligada diversión.
Me distrae mirar. Pasé el tiempo entre tragos, recostado en la barra con la seguridad que otorga una posición dominante. No soporto las mesas, te hunden en la miseria de la oscuridad y todo el mundo, especialmente ellos, te restriegan el culo por la nariz. Muy feo.
Jack se hizo conmigo al tercer vaso. Hice un par de fotos con mi cámara de bolsillo y reconocí el sonido de Claude Challé.
No estaba mal el ambiente, pero me sentía algo cansado y, además, lo mío no es la caza con luces de colores.
Alguien toco mi brazo y giré la mirada, distraído. Taluna pedía fuego desde la cima de sus dos metros de energía vital, mirándome fijamente desde arriba, como el tigre que afila sus colmillos antes de dar el bocado. Al levantar mi mano con el Zippo encendido, agarró la muñeca y fijo el cigarro en la llama, aspirando sin esfuerzo, dejando que el fuego jugueteara un momento con los reflejos de la pintura de sus labios.
Una semana más tarde le hice unas fotos en mi estudio. Ésta es una de ellas: un golpe de zomm que acentúa el Candomblé de sus rasgos; una visión oscura y onírica...
Publicaré más.
Publicaré más.
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