© Guillermo Asián
Una relectura del capítulo 68 de ‘Rayuela’ nos adentra en aquellas palabras inventadas por Julio Cortázar. En apenas unos párrafos, el escritor argentino, nacido un 26 de agosto de 1914, nos regala un lenguaje íntimo y sugerente que narra el encuentro amoroso entre La Maga y Horacio Oliveira.
"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el
clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.
Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado
quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a
poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta
quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer
unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un
momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara
suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los
encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la
esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del
orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé!
Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos.
Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un
profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que
los ordopenaban hasta el límite de las gunfias".
“Yo ya no podía aceptar el diccionario, ni aceptar la
gramática. (…) El buen escritor es ese hombre que modifica parcialmente
el lenguaje. (…) Los prosistas introducen toda clase de trasgresiones
que hacen palidecer a los gramáticos y que luego son aceptadas y entran
en los diccionarios”, explicaba Cortázar.