"Humanidad, eres una enferma hija de puta".
Charles Bukowski, fragmento del poema “Esta” de "Escritos de un viejo indecente".
Se busca una mujer
Charles Bukowski, fragmento del poema “Esta” de "Escritos de un viejo indecente".
Se busca una mujer
Bukowski
le escribe a La Mujer, no a las mujeres. Si bien sus escritos van
dirigidos en repetidas ocasiones a un nombre en específico, me parece
que más bien van dirigidos a la ausencia de poder aprehender la esencia
de La Mujer. Sus escritos amorosos, y en específico sus poemas,
contienen un alto grado de insatisfacción, no tratan historias que
llegan a un feliz acuerdo sino de historias que tocan una constante que
se traduce en un eterno malentendido entre el amante y el amada.
Historias de putas, poetisas, borrachas, adictas, y fanáticas a su obra
inundan las hojas que Bukowski dedicara al ser de La Mujer, un ser
escurridizo que, demuestra que Lacan tenía razón cuando señalaba que las
mujeres están medio locas, no por mostrarse peyorativo o sexista, como
muchos quieren hacer creer, sino para explicar que las féminas además
de ser subsidiarias del goce fálico procedente del lenguaje, son
subsidiarias de otro goce, un goce del que los hombres no tiene idea
pero que notan en las incomprensiones que marcan sus relaciones con
ellas, o sea, la posición subjetiva de las mujeres es simplemente
diferente a la de los hombres, de ahí la imposibilidad de complemento
que moviliza el amor que ofrece algo que no se posee.
Existe
en la escritura de Bukowski la alusión al anhelo humano, especialmente
neurótico, de encontrar la media naranja, de encontrar a la persona
ideal que encaje con los bordes de la propia falta. A este respecto
Julien menciona: “en el amor hay una pasión de ser el único, la única, en saber cuál es el bien del otro.” Una pasión a la cual se dirige frontalmente Bukowski en su poema chicas tranquilas y limpias con lindos vestidos:
“necesito
una buena mujer, necesito una buena mujer/ más de lo que necesito esta
máquina de escribir/ más que a mi coche, más que a Mozart/ necesito
tanto una buena mujer que/ siento que la huelo en el aire/ que la
siento en las yemas de mis dedos/ que veo aceras hechas para que sus
pies caminen sobre ellas, /que veo almohadas para su cabeza, / que
siento mi sonrisa esperando,/ que veo a un gato como su mascota,/ que
la veo dormir,/ que veo sus pantuflas sobre el piso./ sé que existe/
¿pero en qué lugar de la Tierra estará mientras las putas siguen
rondando?”
La
teoría freudo-lacaniana pone en claro que esa “buena mujer” en realidad
no existe, que no hay en el mundo complemento para el vacío que
representa el deseo, pues éste “esta más allá de la demanda de
reconocimiento por otro deseo. Esta más allá del lenguaje, espacio
siempre abierto, lugar de terror y fascinación, al mismo tiempo.”
Como lo dijera el mismo Bukowski:
“a la
carne que cubre el hueso/ le ponen una mente/ y a veces un alma, / y
las mujeres avientan/ floreros contra las paredes/ y los hombres beben/
demasiado/ y ninguno encuentra al/ otro/ pero se mantienen/
observando/ arrastrándose dentro y fuera/ de la cama. / no hay otra
salida:/ todos estamos atrapados/ por un singular/ destino./ nadie
encuentra/ al otro.”
¿Entonces
qué queda? Si se reconoce la impotencia del amor como garante de
felicidad y se reconoce al deseo como deseo de nada. No queda más que el
intento, la re-petición y lo que esto re-presenta para el humano, es
decir el envión para apartarse de la esperanza de un amor final y a la
vez de adrentarse en un conocimiento sobre lo real que demuele el afán
de paz final. Esto es la asunción de la problemática que, mal que bien,
hace posible la vida humana, y abre la posibilidad de mal-decir en
torno a ella, camino de la sublimación. La historización de la que
hablaba líneas atrás, aquí se devela. El amor del que hablo y que ve la
luz a través del reconocimiento de la castración es un amor a la vida
misma, un amor generoso pues “no hay amor más generoso que el que se
sabe al mismo tiempo pasajero y singular.” Un amor que genera, que deja su marca en las generaciones perpetuando así la continuación del desgarramiento humano con su bajeza y grandeza, es, por así decirlo, un amor al defecto.
Gibrán Larrauri Olguín
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